Dioses pequeños

Dioses debe haber para todo.

El dios que habla de política en la mesa es un tipo duro, vengador, se limpia la boca con servilleta de tela y huele a Vetiver.

Hay un par de dioses del tráfico. Son gemelos y van sobre  carriles paralelos y en sentido contrario. Son los que tocan el cláxon cuando se pone el siga, los que dejan charcos justo donde está el agujero por el que sales a China o a la colonia Aragón.

El dios del Twitter es un bebé, pero hay días que abraza una sonaja y va sacudiéndose followers, pone un límite, un candadito y hay viernes aburridos que deja que cualquiera diga estupideces.

El dios del blog es un ente así como Rafa Saavedra, una persona interconectada con todos y con todo. Tiene un sentido del humor extraordinario el muy cabrón, pero escribe poco: su atención vive en rizomas. Es el dios que cierra Firefox con un error que nadie sabe en qué consiste.

Los perros en el DF tienen un dios que ya los está enseñando a cruzar las calles (sobre todo Calz. de las Águilas en donde se ha visto una dramática reducción de muerte por llanta) mientras que la familia de gatos del mercado tienen otro dios bigotón que obliga a los compradores de pollo rostizado dejar sobras para que ellos coman.

A mi casa vino a vivir un dios muy paciente que se acuesta en el patio y con el que me río ahora que estoy aprendiendo a tejer con ganchillo. Un macizo, una ventanita, un macizo una ventanita. Pero qué bruta, ya hice dos ventanitas. Y me contesta “está bien, deja que entre más luz”.

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