En 1989

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Según Wikipedia, este hombre, Chris Gueffroy, fue el último asesinado a tiros al tratar de cruzar el muro de Berlín en febrero de 1989. Diez tiros en el pecho dieron al traste con el afán de un chamaco de 21 años quien, de haber sabido esperar unos cuantos meses más, ahora estaría cumpliendo 41 en una Alemania semi-dizque-cuasi unificada. Hoy podría comprar un boleto para ir cualquier parte del mundo en una de esas aerolíneas de bajo costo, podría pasar un fin de semana en Londres, por ejemplo, por unos 60 euros y un piquito para las chelas. Tendría dos hijos o ninguno, habría sufrido la apertura, habría vendido chocolates o chicles en la calle, como muchos tuvieron que hacer para subsistir los primeros años. Hoy, ‘el Chris’, de haber esperado unos cuantos meses, habría ido a ver la exposición conmemorativa de un muro en forma de fichas de dominó, listas para ser derribadas. Chris habría cruzado la puerta de Brandemburgo, solo, con los zapatos húmedos del frío alemán y justo en ese momento habría sentido un escalofrío recorrerle la espina y el occipital; el escalofrío lo detendría nada más que un par de  segundos y luego Chris, de 41 años, volvería a echar a andar.

***

En 1989, también en febrero, se murieron dos personas que hubieran celebrado (imagino imagino) con un tequilita, limones y sal esa caída que ya preveían con la entrada de la Perestroika un poco antes. A una de esas personas le brillaban los ojitos cuando hablaba de Gorbachov, el ruso que sirvió de válvula para esa olla exprés que fue la guerra fría. Qué hubiera dicho, hace 20 años mi padre. ¿Me habría dejado, como era mi idea, ir al concierto de Roger Waters? ¿Se habría sentado conmigo a explicarme cómo iba a cambiar el mundo?

Siempre que veo esta foto pienso: caray, unos meses más. ¿Qué hubiera pasado si te hubieras esperado tan solo unos meses más?

¿Qué diferencia podría hacer morir en febrero en lugar de en noviembre?

Fiebre

Tengo una extraña fiebre de imágenes. No puedo pensar en letras, leeeeetraaaas, la palabra leeetras, por ejemplo, se me convierte en un animal, una cabra que salta, que saaaltRA tra tra, salta. Es un animal salvaje que golpea a la siguiente palabra.

La sobredosis de cine y caminatas últimamente me ponen en guardia: quizás ya nunca más pueda escribir, quizás tengo que sacar fotos o pintar o volverme una de esas máquinas viejas que proyectaban diapositivas. Tacatá, tacatá, tacatá.

El bosquecito de la Unam, por ejemplo, es para darse un atracón de imágenes… tacatá, tacatá.

Como lo importante no es VER sino TRADUCIR, estoy maniatada, yo traduzco regularmente en palabras (ahora mismo la palabra ‘palabras’ se vuelve una parvada de cuervos blancos que se me escapa de las manos y me deja sin ellas) pero traducir a imágenes no es lo mío.

Es lo bueno de andar con un fotógrafo:

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Así se ven los grillos pre-navideños en el bosquecito de la Unam. Mejor dicho: así los ve Dante Castillo.

Lo que viene

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Por ahí alguien que sepa de diseño gráfico y tenga experiencia en hacer carteles por favor dibuje usté al alcalde de San Pedro Garza García en Monterrey como el monito ese de la esquina superior izquierda que lanza una bomba y por allí al lado, en tipografía temblorosa escriba las palabras “paramilitares” “sinrazón” “guerra intestina” “y más”.

En el lugar donde dice “An Alexander Korda Production” sugiero tropicalizar con una frase como “…de los creadores del “Atole con el dedo (y ni lo vieron venir): internetnecesario#” y “Si yo fuera presidente, aquí se pagarían impuestos canijos!”

La gustada sección “el post de hoy es la columna de mañana”

2010: el año que haremos contacto (con las listas)

No quiero amargar la década a nadie, pero el 2010 nos pisa los talones y es hora de inaugurar la avalancha de listitas de nostalgia pura y baratona…que si las diez mejores, que si las once peores… y lo hago ahorita pues el que pega primero, pega dos veces (señor, señora, señorita, usted lo vio aquí primero, no se le olvide). Lo interesante de tratar de configurar una lista de lo mejor de la década en términos cinematográficos es que, para empezar, este será el siglo que ya no se puede dividir por décadas. El mundo va muy rápido y ni la tecnología ni la creatividad multiplicada aguantan diez años sin dar giros espectaculares: hace muy poco aún hablábamos del video digital como la forma ‘alternativa’ de hacer cine, ahora hasta Coppola filma en ese formato. Las campañas publicitarias virales solían ser una novedad hasta hace sólo… dos años. Hoy a nadie espantan con sus tráilers de película sin nombre. Es más, “espantar” es un verbo que usaba mi abuelita cuando veíamos películas de terror y, contando lo que han hecho cineastas orientales últimamente, hoy el término correcto es ‘hacer un agujero profundo y progresivo en el inconsciente del espectador’. En esta tesitura va mi selección: son los últimos cinco hechos cinematográficos que me volaron la cabeza, sólo para abrir boca en la previsible listitis del 2010:

1) La manera de despedirse de la vieja Norteamérica y la vieja forma de ser hombre de Clint Eastwood en Gran Torino.

2) El borroneo cizañoso de la línea siempre débil entre realidad y ficción de Sasha Baron Cohen en Borat .

3)El taladro a las certezas éticas perpetrado por el coreano Park Chan Wook en su trilogía de la venganza (Mr. Vengeance, Old Boy  y Lady Vengeance).

4) La revancha de los nerds: la triste aceptación hollywoodense de que el seso se les secó y ahora tienen que apelar a eso que han despreciado por tantos años para contar buenas historias: los cómics, los videojuegos y la ciencia ficción —desde The Dark Knight hasta Coraline, y District 9—.

5) La búsqueda del monito blanco y muerto en cada alacena de mi casa, cortesía de los excelsos japoneses en mis noches sin luz, especialmente con Llamada Perdida de Takashi Miike.

Añado un runner-up a las imperdibles de la década, Where the Wild Things Are, por múltiples razones, pero más aún por esa lapidaria frase del autor del cuento, mi nuevo héroe Maurice Sendak:

“Si una historia para niños no causa miedo, está fallando a su audiencia”.

Odio a Mickey Mouse

Me enteré que el año pasado el pinche ratón ese cumplió 80 años y nomás por no dejar, tenía en la agenda sacármelo del sistema: no lo soporto.

Disney en general me pudre un poco. Recuerdo funesto el de aquella vez que me mandaron a cubrir un viaje a Orlando (un complejo arquitectónico espantoso, todo idéntico, como casa Geo pero salido de lo peor del alma gringa); me hospedé en un hotel temático aledaño donde, absolutamente todo, desde los patrones de las alfombras en el lobby hasta la sopa de pasta tenía la reconocible forma de las orejas del cabrón del Mickey Mouse.

La expresión Aaaaaaaargh es un verdadero understatement cuando recuerdo este viaje.

Lo peor fue cuando en mi llamada de despertador, en lugar de una señorita con voz nasal me despertó un juuuju juu ju joooyy! This is Goofy and this is your wake up call!!! joo jo joo jooooyyy!

Ríanse, ríanse. Algún día les tocará que los despierte el pinche Tribilín.