postear desde la calle

Qué desmadre. El aliento es otro cuando hay que abstraerse tanto. La ciudad se oye. Acallarla es un acto de concentración titánico. El teclado querty de a dos dedos no le alcanza al post. Todo tiene puntos suspensivos o puntos y pinche aparte. Como si uno pudiera ir pensando en tuits en la vida. La ciudad suena como sillas de metal superpuestas y te interrumpe cerrando puertas, rechinando balatas, gritando nombres. Ahora mismo hay un padrastro tratando de ganar el derecho de cama con la madre “y como vas en la escuela?” y el niño contesta que “bien,puro ochos nueves y dieces” pero en realidad quiere decir: “como si te importara mamón”.

¿Cómo era?

Me intriga cómo se hacen los amigos. Las filias, cómo empiezan, qué vemos en el otro que no podemos resistirlo.

Hablo del otro amor, el que no tiene que ver necesariamente con sexo.

Los laboratorios del amor son las fiestas y las reuniones. En cada mesa un matraz, un mechero de Bunsen, una caja de Petri. Listos para la alquimia: nuestra intención siempre es buena.

Pero rara vez resulta.

De mis mejores amigos como de mis amores recuerdo la primera vez que hablé con ellos. Un chiste bobo. Los zapatos que traían puestos. Más de una vez me ha ocurrido que identifico la prenda antes que al amigo. Digo yo podría ser amiga de esos tenis, claro que sí. Mi amigo, el único que tiene pase directo vitalicio a mi departamento de la risa, fue primero una camiseta. yo podría ser amiga de esa camiseta, claro que sí. Me tardé un par de días en reconocerle la cara a la camiseta, que luego me aclaró “era prestada”. Chale. Y yo ya no podía echar para atrás lo de darle el pase vitalicio.

Otro amigo, el del pase vitalicio a la emoción onírica, fue primero unas mangas. Tuvimos muchas peleas al principio, nos veíamos en eterno conflicto, pero siempre supe que esas mangas ya no me iban a dejar. Las tendría cerca de mí toda la vida.

Lo que quiero decir es que lo supe desde el primer día.

Antes de que la música o los libros o el cine o las tardes de confesiones nos hicieran verdaderos amigos.

Lo que quiero saber es cómo le hace uno para saberlo tan temprano. Te da un gran golpe en la cabeza. No importa que luego vayas inventando los caminitos, ya sabes que por allí hay un sendero y como si fueras en un trance, lo empiezas a recorrer.

Luego digo que no creo en el destino porque el destino siempre es presente, no futuro. Pero existe, pues en este presente eterno las cosas tenían que ocurrir así y no de otra manera.

“There are paths outside this book, you know” le decía el Delirio al Destino.

Y el Destino, con su capa cubriéndole los ojos ciegos sólo acierta a leer una línea de aquél libro donde todo está escrito: “and suddenly, as if in some kind of trance, she goes on and says  there are paths outside this book, you know“.

Nine Lives

No sé cómo empezar este post sin contradecirme.

Siempre digo que el género (masculino o femenino) no debería fijar nociones a priori sobre una obra pues hombre mujer o quimera, a todos nos hieren y herimos, nos desean y deseamos.

La tradición que pesa sobre la crítica literaria hace que al hablar de un escritor con pene y pelos por todos lados, el crítico se clave un poco más en el texto, su propuesta formal, su inserción en la historia de LA literatura (de hombres), etc. En cambio, cuando hablan de una escritorA invariablemente empiezan por la persona.

Cuando se trata de una mujer al volante de un texto parece que debemos avisar; hablamos de una sensibilidad, de su actuar “como mujer”, de su punto de vista grafológicamente vaginal.

Lo odio.

Me gustaría que esas mismas cosas que se dicen de una mujer “es más profunda, más sensible, menos concentrada en la trama y más en las emociones de los personajes” se avisara cuando escribe un hombre. Nomás para que vean lo que se siente. Se me ocurre que podríamos notar cosas como: “es obvio que este tipo lo tiene difícil para hablar de lo que siente y no sólo de lo que piensa; el sentido de competencia exaltado es evidente y también el miedo a la castración”. Jejeje. Ok, no. Pero es horrible que sí se haga con las que portamos una par de tetas.

Todo este choro porque me parece que leer a Ursula K. Le Guin es indispensable y no quiero hablar de que es mujer, pero no puedo eludirlo.

Leer su novella Nine Lives es absolutamente sanador, del modo en que solo una mujer (Freud, ahí te voy) puede sanar. (Escuché hace poco que la gente que no puede calmarse sola es porque su madre nunca le mostró cómo. Para los bebés el asunto de aliviar la angustia es nuevo, alguien tiene que enseñarles cómo serenarse y esas cosas las enseña una mujer).

De modo que Nine Lives es una mujer contándote cómo le hace un clon para encontrar su triste identidad. Explicándote con una elegancia fuera de lo común que perder es elegir /es encontrar/ es ser.  En la pérdida hay tantas ganancias.

¿Tiene algún sentido lo que digo?

En fin. Ella lo dice mejor que yo, ya van a ver. La noveleta no habla sólo de eso, pues, tiene muchas otras capitas, como una cebolla morada de Marte. Es un prodigio el texto, vamos.

Por eso, aunque nunca hago esto de linkear archivos, hoy quiero que lean a doña Ursula. Me pasé la tarde buscándolo y finalmente lo encontré. Aquí pueden bajar el libro completo “Las doce moradas del viento” (en español), antología de historias de ciencia ficción de doña Le Guin. Allí le pican a Nine Lives y no se paran del asiento hasta que la terminen.

Y ya. Lo que hagan después no me incumbe.