Pan de muerto

Llegaré apenas a México para la celebración de Día de Muertos.  Amo ese pan. Es el que más me gusta en el año. Creo que no como pan dulce en seis meses para poderme atiborrar del de muerto. Sabor a naranjita, azuquitar, los huesitos, hijos, cómo me gusta. Remojarlo en chocolate caliente ya es medio obsceno, pero igual se hace, cómo no.

Es extraño que para mí la celebración signifique pan, mientras que para Lupita, la señora que me hace la limpieza en la casa una vez a la semana desde hace 15 años, realmente significa recordar a MIS muertos.
Ella pone su ofrenda en su casa, compra sus velas, le pone un caballito de chupe a alguien, no me ha dicho a quién y compra flores, muchas flores.

Lo hace para sus muertos, pero desde que vivo sola también se ofrece para ‘hacerles el servicio’ a los míos. Siempre me avisa, con religiosa puntualidad una semana antes: “Esteee, me deja dinero para la ofrenda, no se le vaya a olvidar”.

NO me pregunta, nomás me avisa.

Yo le agradezco profundamente su gesto. Pone los retratos de mis muertos sobre una cama de papel picado y zempasúchil deshojado, pone un trastecito de comida que ella prepara y un frasco de cualquier alcohol disponible al centro de la ofrenda.

Este año estaré de viaje mientras ella pone la ofrenda, pero no le importa. Me parece curioso que no le importe. Me dice cosas. Por ejemplo, me dice que las ofrendas no se ponen para que nadie ‘las disfrute’ o ‘las admire’ o ‘las vea’. Las ofrendas se ponen para LOS MUERTOS, quienes, esté yo o no en casa, las agradecerán igual.

Ella no ‘cultiva’ sus tradiciones. Nomás las vive.

Yo en cambio nunca podré vivirlas de otra forma más que amando el pan de muerto chopeado con chocolate caliente. No sé si algún día poner una ofrenda sea un acto lleno de fé ciega.

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Además tengo que aceptarlo, por ahí mi primaria bilingüe hace de las suyas: tengo este día  totalmente entrelazado con el Halloween y las celebraciones paganas.  Acá en el crucero vamos a celebrar esa onda y me encanta la idea.

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El Día de Muertos conserva una fantástica cualidad: está dignamente lejos de la Navidad.

Pienso en Jack

Pienso en mi sobrino putativo al que adoro desde que me sonrió en la carreola con su cabeza de pelota. Pelotín, le decía su papá.

Me acuerdo de su cumpleaños número 6, cuando nadie más fue a su fiesta, aunque ni a él, ni a su hermana ni a mí nos importó un demonio pues siempre hemos sabido divertirnos solitos. Pusimos el iTunes de su madre y mientras ‘los grandes’ platicaban de cosas importantes, nosotros nos apostamos en un rincón y nos pusimos a bailar. Repetimos como 10 veces Precious de Depeche Mode, (el que haya tenido un niño cerca no me dejará mentir sobre lo atascados que son cuando algo les gusta. Otra veeeez, decían).

Ese día Precious se volvió nuestro himno y hasta ahora, esta tarde que lo estaba extrañando como una imbécil, me di cuenta de qué estábamos cantando.

Angels with silver wings
Shouldn’t know suffering
I wish I could take the pain for You

La canto y la canto y deseo que mi niño esté bien. Luego la vuelvo a cantar porque dice todo lo que le quiero decir hoy.

I pray You learn to trust
Have faith in both of us
And keep room in Your heart for two

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Matsuo Basho y Paz, caray.

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En ese libro traducido por Paz (Sendas de Oku, FCE, 2005) encuentro una despedida justa para mí.

“Calma alerta y que nos aligera: Oku no Hosomichi es un diario de viaje que es asimismo una lección de desprendimiento. El proverbio europeo es falso; viajar no es “morir un poco” sino ejercitarse en el arte de despedirse para así, ya ligeros, aprender a recibir.

Desprendimientos: aprendizajes. “

Con esta idea emprendo un viaje sui géneris. Lo raro no será a dónde voy (el destino es lo de menos), sino, –por primera vez en varios años–, no saber bien a qué regresaré.

Mi hermana dice…

…que mi clavadez con Wayne Coyne es de güeva.

Que después del post de “los gringos” los demás están ‘muy guangos’.

(Me cae re bien mi hermana cuando me baja de mi nube). Entons, pues yo quería postear algo desde su casa, súper clavado de la traducción que Octavio Paz le hace al poeta japonés Masuo Basho, pero ya no sé si puedo agarrar el mood.

En fin, lo copio nomás, así sin decir cómo me afecta, como me entraña, como me hace pensar en los comienzos y los finales leer al enorme Basho y al no más pequeño Paz:

“(Japón) lo contrario de la India: no nos ha enseñado a pensar sino a sentir. Cierto, en este caso no debemos reducir la palabra sentir al sentimiento o a la sensación; tampoco la segunda acepción del vocablo (dictamen, parecer) conviene enteramente a lo que quiero expresar. Es algo que está entre el pensamiento y la sensación, el sentimiento y la idea. Los japoneses usan la palabra kokoro: corazón. Pero ya en su tiempo Juan José Tablada advertía que era una traducción engañosa: “kokoro es más, es el corazón y la mente, la sensación y el pensamiento y las mismas entrañas, como si a los japoneses no les bastase sentir solo el corazón”.

Las vacilaciones que experimentamos al intentar traducir ese término, la forma en que los sentidos, el afectivo y el intelectual, se funden en él sin fundirse completamente, como si estuviese en perpetuo vaivén entre uno y otro, constituye precisamente el sentido (los sentidos) de sentir.

En un ensayo reciente Donald Keene señala que esta indeterminación es un rasgo constante del arte japonés e ilustra su afirmación con el conocido haikú de Basho:

La rama seca

un cuervo

otoño-anochecer

Así me pasó toda esta mañana. Toda.

4, 12, 16, 26

Este año casi olvido Octubre, uno de los meses que más me gustan.

Otoño empieza con la misma letra (los cumpleaños de cuatro -o cinco- personas indispensables caen en el Big O).

Otoño es Octubre que anuncia con esa O grandota que algo se muere (el año y las promesas); avisa con sus estrepitosas lluvias de guardar que diciembre y febrero no perdonan y que más vale que hagas grasa en el alma pues se avecina un crudo invierno.

Octubre tiene R y por tanto podemos seguir comiendo charales y cosas del mar. Tiene R pero lo que sigue hipnotizándome es que tenga O. Si te fijas bien, a través de Octubre alcanzas a ver la Oquedad, el vacío el vacío el vacío, el agujero en la alformbra, el pozo en la regadera, la fosa común. Apenas el anuncio,

caída de las hojas ya viene el frío no me digas que planeabas envolver tus regalos

Asomada por la “O” quiero ver el futuro: un par de días en los que ya nada me calienta. Meto un poco más la cabeza (qué impudicia) y puedo ver hasta Marzo o Mayo: el calor ya hizo de las suyas y me encuentro hastiada de tanta fruta madura.

Por eso me gusta Octubre, es el viejo que te apura a que cierres la puerta pues se avecina el vendabal.

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De estar vivo mi papá habría cumplido 80 años hace unos días.

No me lo imagino con el pelo blanco. Medía 1.80 o un poco más. Tampoco me lo imagino disminuído, ni pequeño, ni encorvado, ni amedrentado por la tumba como dicen que te pones.

Lo he extrañado mucho últimamente. Qué caray.

Ateos de camión

Yo no sé si soy atea. Chale. (Hace tiempo pensaba que sí, pero luego me di cuenta de que nadie puede ser realmente fan de Woody Allen sin hacerse preguntas).

Lo que creo es que más ateos en el mundo no le harían mal a nadie.

No puedo donar, pero por lo menos puedo linkear a esta campaña que se colocará durante cuatro semanas en los camiones londinenses:

Para saber más sobre la campaña hay que leer aquí.

Nomás parece

La gente que no escribe blogs tiene la fantasía de que uno llega aquí y desembucha todo lo que trae así nomás como lo hace con un diario íntimo.

Ojalá.

No hay vida, ni la más aburrida, que quepa en un texto. Escribir es discernir, categorizar, jerarquizar, olvidar, inventar, hacer memoria, separar, decirle que no a algo, tirar las menudencias, el pellejo, asar la parte magra y comerla poco a poco.

Hay por lo menos dos cosas (o tres, vamos, but who’s counting) muy importantes en mi vida de las que no hablo aquí.

Lo que pasa es que luego me canso de tanto bisteck limpiecito y me gustaría embarrarme más las manos. La promesa de escribirlo algún día, como decía Onetti “cuando ya no importe” me hace sentir oscura pero satisfecha.

Algún día.

With all your power

Un síntoma de morir con éxito sería encontrarme en el lecho de muerte leyendo y riendo en silencio de mis pecados de juventud. Si algún día me toca esperar la muerte en una cama hecha toda una viejita pachiche, me gustaría que me acompañara un libro lleno de antiguas recetas de cocina y listas de situaciones que no quisiera olvidar. Estas son las primeras entradas para ese libro:

Momentos en que reviví una infancia llena de globos y confetti, con alberca de hule espuma y muchos amigos, un infancia que nunca tuve:

-los 5 minutos iniciales del concierto de los Flaming Lips, en el Motorokr 2008.

Algunos placeres no reconocidos:

-ir a un concierto y llorar en agridulce complicidad con el desconocido de junto. Limpiarnos las lágrimas mientras cae más confetti y sonreirnos al terminar la canción.

Cosas que quizás debí preguntarme más seguido:

with all your power, what would you do?

***

El concierto de ayer sigue provocando suspiros en mi pobrecito tórax adolorido. Me metí un poco al slam, calculando el tiempo que pasará para que sea demasiado tarde para volver a realizar esta actividad que me parece un poco idiota pero que me divierte horrores. Aún no lo sé.

***

Tres hombres ultra atractivos para casi todas las mujeres que ayer coreaban todo en perfecto inglés (¿soy yo o la raza casi no washawasheaba?) en el Foro Sol –Wayne Coyne, Scott Weiland y Trent Reznor– confirmaron la teoria evolutiva esa de que, si pudiéramos, escogeríamos con un rock star any given time.

Un par de brassieres volaron hacia el escenario sin que ya nadie les pusiera atención.

Pensaba en qué distintos tipos de hombre estos tres cantantes.

Weiland es ultra sexy. El junkie con quien las mujeres quieren secretamente perderse a sí mismas y volverse putas (que no les mientan, todas lo han deseado alguna vez).

Reznor ese con quien coges riquísimo, educada e indefinidamente, vas a fiestas superultrahifiplus y te aguantas los celos pues todas tus amigas quieren con él.

Coyne en cambio es ese con quien puedes hablar todo el día de tonterías y de cosas importantes; el que te cuenta chistes tontos de los que acabas riendo inexplicablemente y con quien los silencios (donde uno ordena sus discos y el otro teclea alguna estupidez en la computadora) te llenan de emoción. Ir al súper y tener sexo con él es divertidísimo aunque la mayoría de las veces no puedas determinar la diferencia entre una y otra actividad.

Huelga decir que yo soy mujer tipo Coyne.

Ah, por cierto, este post debe leerse mientras se escucha esta canción:

Nacer del cine

No es cierto, no odiamos realmente a los gringos. Sin ellos, los cines no venderían palomitas: quizás la gente iría realmente a ver la película.

Los estados de Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México son, según los propios de la región, de las cosas más bonitas que dios dejó caer cuando estaba dormido. (Parece que la imagen Mafaldesca es internacional).  Son precisamente esos Estados los que se intersectan por territorio perteneciente a indios Navajo y Ute, (principalmente). Las famosas reservas.

Las fotos que puede sacar, hasta una camarita taruga como la mía, son espectaculares porque el paisaje no puede dar menos.

Lo terrible ocurre cuando se deja de ver el paisaje. Entonces vemos a la gente.

Es difícil no salir dándose golpes de pecho occidentales/freudianos/católicos/culpígenos: pobres indios, occidentalizados, son los payasitos que cobran por función, pinches gringos ojaldras.

Bueno sí, todo eso es cierto. Pero tiene sus contradicciones y sus asegunes.

Cuando uno llega a la reserva de los Navajos en Utah y se baja del inefable jeep turístico (hay partes a donde no está permitido entrar en vehículo particular), ya lo espera a uno un indio subido en un caballo que se deja tomar fotos.

La foto es así:

Habrá unas trescientas fotografías diarias idénticas a esta, pues todo lo que ven es un simulacro, una representación que los indios tienen bien estudiada de ellos mismos. Por hacer esto cobran propinas “ahí lo que sea su voluntad por darte el placer de ser lo que tú piensas que yo soy“.

(Ya sé, ya sé, tengo que leer a Baudrillard).

Venden artesanías, joyería de una plata que importan de dios sabe dónde, hecha dios sabe por quién, copiada de un catálogo de joyería de fantasía tipo Avon o similar. Es exactamente la misma artesanía que venden aquí en Xochimilco, en Coyoacán o en Rumania. No sé si son los chinos, los gringos, qué diablos, no sé qué es, pero en este mundo ya no hay cabida para la diferencia. Todo tiene un eco desechable, homogéneo, triste.

Por una corta lana, los navajos se dejan sacar fotos y responden tooooda clase de preguntas idiotas de los gringoides retirados, su público ideal. ¿Usted todavía vive así? ¿Tiene agua y luz en su casa? ¿Habla usted Navajo, qué significa Navajo, esas ovejas son suyas, le rezan a las rocas?

Pendejas que pueden parecer las preguntas, es de lo mejor que se puede oír en ese jeep. La mayor parte de los comentarios son de un tipo de gringo tan centrado en sí mismo que no alberga en su cerebrito la más mínima curiosidad: están más preocupados por lo que puede hacerle a su pielecita el sol y el viento y en qué restaurante va a comer después. Llevan gorras, lentes, bloqueador solar y hasta tapa-bocas. Que no los toque nada, nada, nada.

Pasamos junto a un conejo. El jeep se detiene para que lo veamos de cerca. “Miren miren, están en un lugar donde los conejos no son dibujos animados y no hablan con una zanahoria en la mano”, parece decir nuestro guía. Una de las gringas frente a mí jura que es un ‘animatronic’.

Así lo dijo “That’s not real, that’s one of those animatronics”.

Es extraordinario, (triste pero extraordinario) comprobar cómo los gringos están tan embebidos en su simulacro, que no saben reconocer la realidad cuando la ven. Pero quizás ellos no sean los únicos culpables. Quizás es que en esas tierras la imaginación es un tesoro perdido: cuando el guía Navajo nos mostraba las formaciones rocosas a lo lejos, sus referencias eran hasta dolorosas: “Y allá a lo lejos, pueden ver el dedo de E.T. y la cabeza de Ross Perot”:

Los gringos, claro, se cagaban de la risa. Yo me iba poniendo triste triste, pensando que sus referentes están igual de vacíos que los de los gringuetes que van en el jeep, pero luego me puse aún más triste porque sé perfectamente bien quién era el imbécil de Ross Perot y me acuerdo perfecto del dedo de E.T.

Estamos perdidos, todos.

***

Luego me contaron la historia del lugar: dicen que el primer gringo que vino  a vivir aquí fue por allá de la década de los 30 y lo primero que se le ocurrió (of all things possible) fue venderle la idea de una locación al cineasta John Ford.

Dicen que quería “reactivar económicamente” el lugar, un eufemismo de “ya chingamos paleta, de aquí se puede hacer negocio”; así que se le plantó al director en sus oficinas de Hollywood y lo convenció de que Monument Valley, Utah, era el escenario perfecto. Ford ya  había escogido a John Wayne para hacer sus épicas de vaqueros y la onda le encantó. Parece que ya nunca filmó en otro lado.

Es curioso porque entonces los habitantes de Monument Valley se convirtieron en extras (como lo son ahora, qué cabrón, extras de sus propias vidas).

Toooodos los Cheyennes, Chipewas, Shoshones y anexas en las películas, son en realidad Navajos haciéndola de Cheyennes, Chipewas y Shoshones. ¿Lindo, no?

Desde entonces, en este lugar se filman a cada rato toda clase de películas: de aquí son las carreteras polvosas de Thelma & Louise y la llanta ponchada de las National Lampoon Vacation con Chevy Chase; de aquí es un pedazo de Marte de Total Recall y un escenario de Back to the Future III (que me disculparán, tuve a bien saltarme). Hasta el juego de Playstation 3, Motorstorm, está basado en Monument Valley.

Ánnndale, ya caigo.

Entonces, mi idea de vacío frente al referente cinematográfico está al revés: tal parece que este lugar no tendría la vida que tiene de no ser por el cine. Los indios se habrían retirado de un sitio inhóspito sin agua ni posibilidad de prosperar en el sistema capitalista. Los turistas jamás habrían venido y yo no les estaría contando esto.

Como vil pueblo minero, los indios Navajos de Monument Valley encontraron una veta que inauguró un estilo de vida y sigue dándoles de comer: el cine.

No sé si eso está bien o está mal, pero no creo que me toque juzgarlo.

Regresar

Hace tiempo que no me iba.

A veces pienso que cuando me voy algo se me queda allá y regresar me cuesta al menos una mañana entera y dos buenas noches de sueños pachecos.

Sueño que estoy allá en blanco y negro y me urge estar aquí, pero a colores. Sueño que vivo en un programa de televisión, a veces es un documental, otras un programa de concursos. El programa está en inglés y yo me enojo porque creo que secretamente todos hablan español, pero no pueden revelarlo ante las cámaras.

Me intriga saber si este viaje hubiera sido el mismo si no estuviera tejido con Hola América, una novela de J.G. Ballard que leí en el avión; o si los Flaming Lips no hubieran sentado un precedente anímico para hacerme dulce y doloroso el ocre de los bosques o el rojo de las grandes rocas a la orilla de la carretera.

Hola América me hizo tener pesadillas en tres hoteles del estado de Utah: pesadillas de sus primeras páginas, que me situaban en Manhattan proyectada hacia el futuro, donde la herrumbe carcome los grandes rascacielos después de una crisis energética. La primera imagen de Ballard, –calles desiertas de vida pero saturadas de oro puro brillando de forma imposible– me hacía cerrar los ojos de manera artificial.

Así cerré los ojos un día:

(Ah, por cierto, esa soy yo).

Fue un intenso viaje hacia adentro, hacia un lugar de mí que se contentó con decir ‘qué bonito’, sin buscarle más. Mi acompañante se llevó el récord del fotógrafo más silencioso del universo, así que aproveché y usé el tiempo de carretera (recorrimos de norte a sur, casi todo el estado de Utah y parte del de Colorado) para bloguear mentalmente. Lo raro es que nunca llegaba a la computadora para hacerlo en realidad.

(Me pregunto si mi manera de ver las cosas no se echó a perder para siempre desde que pienso en ‘blog’. Aunque no lo escriba, lo pienso así, como posteando).

Ayer estuve aquí, por ejemplo:

No se ve, pero en estos lugares el protagonista no es el magnífico sol, ni las nubes. Ni siquiera las formaciones rocosas. Es el viento. El viento hace su propia música, esculpe sus propias montañas, te empuja el coche si se le da la gana y, como buen abuelo jodón, juega con tu pelo hasta que te volteas y le dices “bueno ¡yaaaa!”. Pero acaba ríendose de ti y te vuelve a despeinar. Cuando por fin se va, lo extrañas un montón.

Con “Suddenly everything has changed” de fondo y estos arcos de piedra fue encabronadamente difícil no sentirse insignificante (y agradecida de serlo, por cierto):

Antes de llegar acá, estuvimos en un bosque de árboles Aspen que degradaban sus colores, preparándose para el invierno. Subiré fotos en el siguiente post, ya más preparada para decir cosas.

Ahora mismo el silencio está haciendo de las suyas dentro de mí.

Eso de regresar es un verdadero arte.