Los favoriteos (sólo para Twitteros)

En Twitter la gente se favoritea. La palabra es feúcha como muchos neologismos provenientes de las redes sociales pero nos importa poco. Ya todos tenemos algo de bárbaros –así nos llama Alessandro Baricco a quienes nos hace sentido la palabra googlear y para quienes esto  😛 es un amigo sacando la lengüita–, no tiene sentido hacerse el pudoroso.

Favoritear es un verbo, como feisbukear, como textear, como tantos otros.

Lo que da curiosidad en realidad no es si la palabra es nueva sino lo otro. Me pregunto si eso que estamos haciendo con la gente, lo que estamos haciendo con los amigos es nuevo. 

Siempre hemos tenido amigos a los que queremos más que a otros, pero nunca antes habíamos podido favoritearlos. No en público pues y no a través de títulos que los colocan en listas que nunca imaginaron pertenecer.

Al favoritear a tus cuates los clasificas por profesión, por tiempo de conocerlos, por audacia en sus tuits, por área en la que se desarrollan, por intereses comunes y hasta por desencuentros.

Eso te lleva a tenerlos en un archivo donde comparten microblog con gente dispar. Es posible que tus co-favoriteados sean tipos que hasta mal te caen en la vida real –aunque eso de ‘la vida real’ a estas alturas ya es un decir–.

Yo por ejemplo, estoy listada en “gente que a veces me hace reír”, un amigo me pone junto a otras personas que no conozco en un mismo timeline. Allí estoy (estamos) , con esa cuasi responsabilidad de decir algo chistosón. Al menos algo medianamente entretenido, vamos.

Come on, ¡somos los que a-veces-lo-hacemos-reír! Aaaalgo bueno debe haber allí.  

El otro día me puse a leer a los que hacen reír a mi amigo y sinceramente, ninguno me hizo reír.

También estoy listada en un “mujerones”, cosa que siempre me hace mucha  gracia pues no existe la palabra contraparte “hombrerones”. Estoy en otra lista que simplemente dice “mujeres”. No conozco ninguna persona que favoritee por “humanos con pito que me caen muy bien”. Es extraño. 

😛

No me quejo. Nunca me quejo de ser favorita de nadie. Soy la más chica de una familia de cinco y mi hermano más lejano en edad me lleva 21 años…créanme, me eeeeencaaaanta ser favorita en algo, pero cada vez me resulta más raro esto de ser amigos fuera, ser amigos ‘dentro’ (del Facebook, del Twitter, del blog). Empiezo a confundirme. 

También es gracioso cuando me favoritea alguien que me cae mal.

Pienso “diablos, qué difícil ahora decirle lo bruto o lo annoying little bastard que es”.

Yo lo único que pregunto es ¿alguien está llevando apuntes? La maestra vida está dictando muy rápido y yo siento que ya me perdí lo importante de la clase.

Ahí luego me sacan copias de sus apuntes y me quedo en sus casas pa que me expliquen. Yo llevo la pizza.

Viajé

Esta vez sí me fui.

Cuando eso ocurre, regresar es un proceso mental que dura al menos una semana. Estoy allá ahora mismo, el estómago sigue resentido del hummus y el tabuleh o cómo se escriba. Mis piernas desean volver a subir 830 escalones para volver a visitar esa casa de los muertos.

Petra.

Las paredes recién pintadas de mi casa están fuera y no dentro de mí. ¿Cómo puede todo seguir igual?

Entrar otra vez en la rutina de la computadora, la prisa, la escuela, el blog, el tuiter, lo que tengo que editar, lo que quiero terminar, lo creado, lo inventado.

Si un viaje dura suficiente para que tu estómago se queje, es que ha llegado a doblar la voluntad cerebral también. Entonces empiezan a entrar las palabras: shukran, shukran, cuando alguien te ayuda a subir un escalón, shukran, cuando alguien te trae un plato con ensalada de pepinos y yogurt, shukran, shukran, como si el estómago le ordenara (siempre es así) a la mente, abriera esos mares de dudas en dos para que el Moisés de las cosas nuevas pudiera pasar sin más retraso.

Hala hala, vamos vamos. Hala hala, Ira. Hay que trabajar.

Hala hala, ocho horas de diferencia y un dolor de cabeza porque ya no cabe nada más: quisiera estar otra vez inmersa en aquella piscina con agua del Mar Muerto, flotar.

To float, perchance to dream.

Quiero decir que estuve en Jordania.

Entre lugares/ Twitter y Blog incompatibles hasta ahora

Algo pasó con el blogging cuando el twittering.

Han valido madres las historias, hoy muchos amigos buscan pura información.

He dicho que dejaré de bloguear cuando la vida me lo requiera, pero aún no lo hace. Quizás lo haga en forma de un embarazo o de un viaje. Por ahora mi pausa en el blogueo tiene más que ver con el madrazo del Twitter, su rapidez, lo parecido que es a la locura.

Dice mi amiga que no puede estar allí pues siente que entra a un cuarto donde todos estamos hablando solos.

Así desnudo el Twitter luce como un cuarto blanco de paredes acolchadas.

Lo que pasa es que el cuarto blanco me empezó a gustar y entonces me vino una pequeña crisis de identidad: luego de estar cómodamente en el blog por más de cinco años me encontré así, entre lugares. Me di cuenta de que allí en la sala de espera del Twitter no se puede ESTAR.Es como vivir en el aeropuerto de las redes sociales con un vuelo retrasado al infinito.

En el blog nunca siento estar hablando sola. No tengo idea de a quién le hablo, pero eso no parece importar. El mensaje llega, por azar o por simpatía y estoy preparada para entender los silencios o las trifulcas, sobre todo porque son conmigo, no con mis 140 caracteres.

Lo que pasa allá en Twitter ocurre entre avatares, no entre personas.

Es obvio que la que lo usa mal soy yo, o la que esperaba algo distinto y no logré obtenerlo fui yo.

Aclaro: el Twitter no está mal, es una herramienta estupenda para quien la sabe usar.

Es más, lo intentaré con más enjundia y vendré a reportar.

Por ahora sólo quería decir que el golpe twittero al blog fue fuerte y su eco sigue retumbando en muchos rincones. A ver qué hacemos al respecto.

Sobre el viejo y el nuevo Rock 101

¿Seré yo una buena fuente (con mi memoria de queso gruyere) para analizar el regreso de esta estación de radio?

No.

De hecho no soy buena fuente para casi nada… mis recuerdos están distorsionados, en este caso por el putazo de hormonas que recibió mi cuerpo justo a los 11 años, cuando entré a la secundaria y me corté el pelo como niño; me empecé a poner mousse; me crecieron las tetas y de repente me di cuenta de que mi mamá era mi peor enemiga. Jo jo jo.

Entrábamos a las 7 am a la escuela; mi enemiga mami tenía debilidad por despertarnos de las formas más extrañas. Desde la violencia verbal hasta la música. Ésta última era la que más me gustaba. Le subía el volúmen al único aparato de sonido que existía en la casa, alrededor del que nos juntabamos a ¡oír discos completos! algunas tardes de domingo, aunque por las mañanas la onda era prender el radio. La niña de 11 años empezaba a soñar que estaba “dancing, with tears in her eyes” o que vivía una historia de “tainted love” y así, tarareando “where did our love go?” se quitaba las lagañas y recorría enojadísima el camino a la adolescencia.

El recuerdo de esas canciones durante el día hacía menos pesado que ese güey de prepa, Alberto Victoria, nunca pasaría de ser un letrero hecho con plumones en el cuaderno.

Luego llegaron las voces, los tipos que narraban conciertos insólitos (cualquier concierto era insólito en esta ciudad donde se habían prohibido, ajá, sí, los conciertos, estaban P-r-o-h-i-b-i-d-o-s ¿no es de risa loca?). Llegaron unos tipos que le daban importancia a los nombres de los álbumes, al productor, al compositor, al género. Bueno, con ellos hasta se enteraba uno de que el arte de las portadas tenía un autor y un significado…

Yo sé que para usted que creció cuando ya había internet esto es pecata minuta, pero en ese tiempo, donde las canciones (los éxitos pop) parecían sacados de un sombrero por las pocas estaciones de radio que las tocaban, la acción de documentar la música era un verdadero rompehielo cultural.

(ya ya…no faltará quién me diga que eso no lo hicieron ellos, que sus papases les habían enseñado a hacer eso en sus casas y no sé qué cosa. Pues a mí no. A mí nadie me había dicho que los productos culturales creaban redes profundas y que si las conocía podía disfrutarlas más ).

Si no por otra cosa, eso sí se le reconoce a Rock 101: en tiempo de secas, unos loquitos se pusieron a repartir vasitos de agua.

***

Ahora bien, si esta ciudad no ha podido superar esa época es otro cantar.

Rock 101 sólo puede regresar en este caldo de cultivo defeño, que no olvida, no puede sacar de su conciencia y de su deseo, los malditos años ochenta.(Ahora hay unos chamacos que confunden los ochenta con los noventa, pero hablamos de la misma melancolía pitera).

Luis Gerardo Salas et al son dueños (no sé si legales, pero por derecho propio, faltaba más) de una marca. Y la van a usar: al tiempo que abren su estación de radio por internet también están abriendo un bar “101”, en el merito corazón de la Condesa, para que no quede duda de a qué le tiran. Dirán “aayyy qué manera de querer hincharse de dinero con nostalgias pasadas” y yo me quedo fría y pregunto:

¿De verdad creen que las industrias culturales deben seguir viviendo del aire? ¿O es que los de Rock 101 deberían buscar escuincles que trabajen por cacahuates y pretender que la gente no necesita dinero para vivir? O qué, ¿una bequita del gobierno? ¿Volverse a meter al cuarto de servicio en casa de papá para que alguien financie sus sueños? ¿O cómo?

Me parece extraordinario que los de Rock 101 aparejen su estación de radio gratuita con un side project que les deje dinero. Eso quiere decir que, al menos para algunos, los ochenta quedaron atrás.

Ellos tienen una marca que todavía vende y sería medio idiota no ponerla a trabajar. Dirán que la gente que ahora hace Rock 101 vía internet ronda los 50 años y en mi opinión, esa edad es tan buena como cualquier otra para dirigir una estación de radio.

Súper ochentera es esa imbécil idea mexicana de que los géneros músicales están pegados a una cierta edad. Que uno debe vestirse de cierta forma, que debe acudir o dejar de hacerlo a ciertos centros bares según la edad.

No mamen.

Hace poco recordábamos cómo aquellos chiquillines pendejos que les mordían los talones a los de Rock 101, los ‘Radioactivos’ se quejaban amargamente de que la radio para jóvenes la hacían treintones. Hoy, ese chiquillín que asustaba a todos programando hip-hop en un país cegado por las guitarras se llama Rulo, tiene 38 años y sigue programando una estación de música ‘joven’ (whatever the fuck that means).

Lo que quiero decir es: bajémosle a los golpes de pecho de pureza. (¿Por qué somos tan dados a esto en México? Si alguien tiene una respuesta o una teoría, me encantaría escucharla).

Si en Rock 101 tienen aún algo que decir, algo que aportar y lo vuelven a hacer bien está por verse.

Démosle unos meses y regresemos a medir el experimento.

Como dije, más Zombies por favor. That time of the season

Empieza febrero, creo.

Como siempre, son las historias de fallos, de cosas incompletas, de muertes prematuras las que más me gustan.

Hace unos ocho años me volví fan irredenta del Odessey and Oracle de The Zombies. No hace falta más que güikipediarlos para entender por qué las rolas de este disco son tan bien acunadas por el zeitgeist del siglo XXI: la historia del grupo terminó antes de empezar.

En 2008, el vocalista Colin Blunstone declaró a un periódico de Los Ángeles algo con lo que todos (hijos del esquizoide Twitter, el aburrido Facebook, los diarios electrónicos, el pinche y carísimo Kindle, los dueños de las sentencias …como yo, como yo… sentencias de “todo terminó”) nos podemos relacionar:

“The band did finish before the album was even released. That does seem a bit premature. Maybe we should have waited a bit longer“.

Ahora ya no importa si Colin y sus cuates pudieron hacer otro gran disco, lo que importa justamente es que no lo hicieron. Cuando alguien tiene esa mala pata de producir algo muy bueno y muy joven, se vuelve Salingeriano. (Pérense, no hablo de Salinger el escritor quien seguramente siguió escribiendo hasta los 90 años aunque sin publicar; en realidad hablo de Holden Caulfield y su andar por Nueva York, su odiar el cine y su prefigurado futuro como uno de esos phonies a los que tanto odia).

Y funny you should mention Salinger, también se vuelve Lorquiano, Rimbaudiano, Rulfiano, prodigioso-adolescentiano, gente que no le deja olvidar a la humanidad lo explosiva que puede ser un alma joven. Ser joven es ser hermoso y estúpido y en esa estupidez hay una fuente de poder creativo, tan sensible que a veces resulta doloroso.

El otro día pensé en una nueva división del mundo: aquellos que pudieron disfrutar The Catcher in the Rye en la adolescencia (parientes de los que tuvimos el privilegio de leer Las aventuras de Tom Sawyer cuando éramos niños) y aquellos que debieron degustarlo como un plato delicioso-pero frío en sus primeros años de adultez.

Lo siento, pero hay libros y música y cuadros y expresiones políticas que uno tiene que vivir en la adolescencia. Lo demás es melancolía de la fea.

Es un lástima, por ejemplo, que la película Dear Wendy (de 2005, dirigida por Thomas Vinterberg y escrita por Lars Von Trier, que se vuelve un “visualtrack” para el hermoso soundtrack de The Zombies) me haya llegado tan tarde en la vida.

De haber visto esa película a los 15 años, hoy tendría una hermosa colección de pistolas junto a mis libros y quizás ya habría usado alguna.

***

Salinger, sé que moriste hace poco, pero yo desde que estabas vivo te extrañaba. Tu muerte sólo sirvió para recordarlo.

UPDATES: Aquí un lindo texto de mi escritor favorito de la década Mr. Dave Eggers, sobre nuestro Bartleby favorito, Mr. Jerome David Salinger.

Ah…compartir referentes. El consuelo.