¿Cómo era?

Me intriga cómo se hacen los amigos. Las filias, cómo empiezan, qué vemos en el otro que no podemos resistirlo.

Hablo del otro amor, el que no tiene que ver necesariamente con sexo.

Los laboratorios del amor son las fiestas y las reuniones. En cada mesa un matraz, un mechero de Bunsen, una caja de Petri. Listos para la alquimia: nuestra intención siempre es buena.

Pero rara vez resulta.

De mis mejores amigos como de mis amores recuerdo la primera vez que hablé con ellos. Un chiste bobo. Los zapatos que traían puestos. Más de una vez me ha ocurrido que identifico la prenda antes que al amigo. Digo yo podría ser amiga de esos tenis, claro que sí. Mi amigo, el único que tiene pase directo vitalicio a mi departamento de la risa, fue primero una camiseta. yo podría ser amiga de esa camiseta, claro que sí. Me tardé un par de días en reconocerle la cara a la camiseta, que luego me aclaró “era prestada”. Chale. Y yo ya no podía echar para atrás lo de darle el pase vitalicio.

Otro amigo, el del pase vitalicio a la emoción onírica, fue primero unas mangas. Tuvimos muchas peleas al principio, nos veíamos en eterno conflicto, pero siempre supe que esas mangas ya no me iban a dejar. Las tendría cerca de mí toda la vida.

Lo que quiero decir es que lo supe desde el primer día.

Antes de que la música o los libros o el cine o las tardes de confesiones nos hicieran verdaderos amigos.

Lo que quiero saber es cómo le hace uno para saberlo tan temprano. Te da un gran golpe en la cabeza. No importa que luego vayas inventando los caminitos, ya sabes que por allí hay un sendero y como si fueras en un trance, lo empiezas a recorrer.

Luego digo que no creo en el destino porque el destino siempre es presente, no futuro. Pero existe, pues en este presente eterno las cosas tenían que ocurrir así y no de otra manera.

“There are paths outside this book, you know” le decía el Delirio al Destino.

Y el Destino, con su capa cubriéndole los ojos ciegos sólo acierta a leer una línea de aquél libro donde todo está escrito: “and suddenly, as if in some kind of trance, she goes on and says  there are paths outside this book, you know“.

En 1989

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Según Wikipedia, este hombre, Chris Gueffroy, fue el último asesinado a tiros al tratar de cruzar el muro de Berlín en febrero de 1989. Diez tiros en el pecho dieron al traste con el afán de un chamaco de 21 años quien, de haber sabido esperar unos cuantos meses más, ahora estaría cumpliendo 41 en una Alemania semi-dizque-cuasi unificada. Hoy podría comprar un boleto para ir cualquier parte del mundo en una de esas aerolíneas de bajo costo, podría pasar un fin de semana en Londres, por ejemplo, por unos 60 euros y un piquito para las chelas. Tendría dos hijos o ninguno, habría sufrido la apertura, habría vendido chocolates o chicles en la calle, como muchos tuvieron que hacer para subsistir los primeros años. Hoy, ‘el Chris’, de haber esperado unos cuantos meses, habría ido a ver la exposición conmemorativa de un muro en forma de fichas de dominó, listas para ser derribadas. Chris habría cruzado la puerta de Brandemburgo, solo, con los zapatos húmedos del frío alemán y justo en ese momento habría sentido un escalofrío recorrerle la espina y el occipital; el escalofrío lo detendría nada más que un par de  segundos y luego Chris, de 41 años, volvería a echar a andar.

***

En 1989, también en febrero, se murieron dos personas que hubieran celebrado (imagino imagino) con un tequilita, limones y sal esa caída que ya preveían con la entrada de la Perestroika un poco antes. A una de esas personas le brillaban los ojitos cuando hablaba de Gorbachov, el ruso que sirvió de válvula para esa olla exprés que fue la guerra fría. Qué hubiera dicho, hace 20 años mi padre. ¿Me habría dejado, como era mi idea, ir al concierto de Roger Waters? ¿Se habría sentado conmigo a explicarme cómo iba a cambiar el mundo?

Siempre que veo esta foto pienso: caray, unos meses más. ¿Qué hubiera pasado si te hubieras esperado tan solo unos meses más?

¿Qué diferencia podría hacer morir en febrero en lugar de en noviembre?

Tortuguera

Tanto que hacer, tan poca gente con ética.

Le pregunté “Oiga, ¿y por qué tortugas? ¿Por qué lleva usted haciendo un trabajo sin paga veinte años (por el que el gobierno le debería un premio o dos, o un ejército de ayudantes bien pagados, al menos)? ¿Para que viene a esta playa cuatro o cinco veces a la semana a mal pasar la noche, esperando que las tortugas desoven, compacten, se vayan, esperándolas a que hagan lo que instintivamente deben hacer, para luego desenterrar los huevos y replantarlos en un lugar seguro, donde no se los puedan comer los tejones o los humanos?”

A ver, me dijo, yo nací aquí, mi padre arreaba vacas a las orillas de esta playa; yo alcancé a ir a la Universidad de Guadalajara. Cuando hacíamos prácticas yo propuse hacerlas acá y cuando terminé, pues me quedé.

Son seis kilómetros de playa que antes me caminaba a pie, todas las noches buscando nidos (las tortugas desovan cuando se esconde la luna, por ahí de la 1 am y terminan como a las 6 o 7). Cuando empecé desovaban unas 4 tortugas al año, hoy ya logramos que sean 1000.

¿Veinte años después?

Si, veinte años. Es que de 1000 huevos, sólo una llega a ser adulta…

…pero si usted me pregunta por qué tortugas y no otro ser vivo, no lo sé. Me enteré hace poco que a dos pueblos está el segundo lugar más pobre de México, de esos donde la gente se muere por agua sucia y esas pendejadas.

“A veces me pregunto por qué vengo todas las noche a salvar tortugas, mejor debía ponerme a ayudar gente”.

Esas fueron sus palabras exactas. Este cabrón biólogo me estujó el alma completa.

***

El biólogo, tan acostumbrado a entender cosas sin que se las digan, apeló a una niña que todavía vive en mí, la misma que decidió con fuerza a los 8 años que estudiaría biología y se puso a leer El Origen de las Especies. Me dejó recoger los huevos de un nido mientras la tortuga compactaba la arena (y yo escondía mi conmoción)  me habló de los nombres científicos, de las constelaciones, los periodos de la luna y decenas de ciclos naturales que pasan sin pena ni gloria en las ciudades.

Tuve una regresión, casi toqué a mi papá.

El mar tan punk golpeando los riscos, vigorosa, amigablemente, como si estuviera en medio de un mosh pit queriendo celebrar la música de la noche, las estrellas fugaces cayendo como migajitas sobre nosotros, suish suish el cielo se desmoronaba. La risa de los tortugueros, sus memorias de mojados, la alegría agridulce de estar de vuelta en una tierra que llaman suya, aunque no lo sea. (A veces está bien cabrón no creer en dios).

Esta foto le hace un flaco favor a mi experiencia, pero igual es puro registro:

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Las cinco de la mañana

En el curso de guión que estoy tomando (¿estuve? quién sabe si lo podré pagar chingaos) hablamos de conflicto dramático:

una fuerza vs otra fuerza + algo vital en juego = drama

En los primeros ejemplos, algunos compañeros ponían sus obsesiones todas crudas y vestidas de rosita:

“Un hombre quiere escribir pero no puede, se enfrenta a la página en blanco y lo vital es su necesidad de escribir”.

Argh.

Peor fue éste:

“Un hombre busca la verdad, el mundo se le opone”.

Los anteriores enunciados no solo son cursis, sino que están lejos de esbozar un conflicto dramático.

Me dio mucha risa cómo argumentaron en clase. No porque fueran ridículos, sino porque sus oraciones parecen ciertas:

“¡Pero claro que es vital buscar la verdad!”

“¡Qué es más vital que escribir!”

¿Es vital escribir? Depende. Hoy que me paré a las 5 de la mañana a escribir mis dos mil palabras diarias, para mi fue vital (siempre lo es). Pero el conflicto dramático no tuvo que ver con el acto de teclear: nada se me opone, excepto yo misma y a menos que estemos pensando en un aburrido desdoblamiento de personalidad, a nadie le importa cuántos cafés necesito para ganarle al pinche diablo que me dice, ‘no mames, qué frío y qué güeva, regrésate a la cama”. Un esbozo de conflicto, maybe, recae en el pasado de nuestra heroína, en  todas aquellas veces en que no he podido levantarme o no he podido  escribir más que diez palabras. Aunque eso, todavía no es un conflicto.

(Por si alguien se lo preguntaba, así abrieron mis dosmilpalabrasdiarias de lunes a las 5 de la mañana:

“Dos mil aunque me muera. Aunque tenga que resucitar en palabra, ahora mismo soy un adjetivo mal puesto, un pinche adverbio odioso, innecesario.”

De ahí salieron otras 2379 palabras que para las 6.30 ya me había dejado una pequeña victoria).

¿Es vital escribir? No en realidad. Lo que es vital son los resultados y lo que cada quien se enfrenta con ellos en mano. Uno se enfrenta a la vejez, a la indiferencia, a perder o a ganar el vínculo con sus hermanos o con sus padres o con sus amigos (vivos o muertos).

Si algo le enseña a uno las horas de terapia es que lo único vital son los vínculos.

Cómo le hagas para llegar a donde llegaste, tristemente, a nadie le importa.

Importan los resultados.

No digo que el famoso viaje iniciático no sea un gran tópico cinematográfico ni mucho menos. A ver si me explico y para hablar clarito: el miedo a SER es cuando mucho un tema de conversación, no un conflicto.

La famosa lucha con la página en blanco no existe, nunca existió, se llama pavor al vacío, a no tener nada que decir, a no tener nada que decirTE, sobre todo.

Kreativ Blogger Awards y otras drogas

Primero lo primero: pocos NO saben cuánto quiero y admiro a Ernesto Priego, por lo que entenderán cuán sorprendida y honrada estoy de aparecer en su lista de Kreativ Blogger Awards. Según el ¿tag? ¿meme? (¿cómo se dice en estas fechas?) el award me hace merecedora además de listar siete cosas que me gustan sin un orden particular.
Lo hago tarde, pues tarde estoy llegando a todo. (Últimamente me siento como un personajito de Beckett, de esos que entran a escena cuando  ya toda esperanza ha salido de ella). En fin. Amo y agradezco esta pequeña invitación a la indulgencia y me limito, como antes lo hizo mi sabio carnalito en tierras londinenses, a listar cosas que me gustan y no personas:

-Me gusta cómo me queda el pelo cuando aún está húmedo y hago el amor. Esas vueltas por la cama terminan de secarlo y le dan toda la onda.

-Me gusta cómo los animales hacen caras. Mi gata es un obvio ejemplo: se ríe o se enoja si me burlo cuando se cae de la cama. A veces me deja de hablar durante horas. También he visto perros callejeros pasar junto otros; mirándolos apenas con el rabillo del ojo para cerciorarse si no están pisando un campo minado de territorialidad. Ah, y mi perra pega unas carcajadas entrañables cuando juego con ella. Neto, neto.

-Me gusta tenerle ganas a un libro, mirarlo en el estante y decirle “un sábado de estos, cabrón, un sábado de estos”. Aunque si es un cómic no resisto mucho tiempo: es como tener un libro enfrente, pero encuerado.

-La angustia de regresar a la escuela. Comprar un cuaderno nuevo para las materias, sentarme dos horas a oír algo que no genera dinero.

-Mis clases de portugués. No tengo idea de por qué tardé tanto en regresar a los idiomas.

-Los calamares en Madrid.

-Cuando sueño como si estuviera filmando una película. Mejor aún cuando sueño que voy junto a Fellini y es él quien filma mi sueño. (Aunque eso sólo ha pasado una vez y casi me deprime pensar que tuve que despertar).
Se supone que tengo que nombrar siete blogueros a pasar el Blog Award, pero yo digo que ustedes ya saben quiénes son.
***

En términos blogueros, me parece que he retrasado este post doscientos años, aunque sólo tardé unos días.
Se sabe lo profundo del golpe de conciencia por la fuerza narrativa con la que transcurre el tiempo.

Viajar es también probar de muchos peyotes, varias mezcalinas: la que segrega uno mismo en las caminatas interminables; la que fluye de esas caras raras, donde es más difícil reconocerse; la droga que se alimenta de idiomas extraños (griego, italogriego y maltés –una cosa oh so weird que tiene elementos de árabe con inglés y francés–me ha tocado oír la última semana); el peyote de las cosas dichas con prisa, los malentendidos y los nuevos significados.
Y no es retórica ni ganas de endulzar oídos: de todos los sitios posibles, jamás se me habría ocurrido, por ejemplo, que justamente en Atenas, me dijeran que ‘perro’ se dice ‘esquilo’ (o eso entendí y miren que lo pregunté varias veces) o que al intentar comentar de Sócrates me dijeran que claro que lo conocían, que era una calle y que con gusto me la señalaban en el mapa. (Claro que le pregunté a un cocinero, but still…)
Cosas que uno va a escuchar al otro lado del mundo. (Tierra Media, medi-terránea, llena de monstruos y villas quietas).
Un par de días antes, en Madrid, lloré dos veces en el barrió de Lavapiés con espectáculos de circo-vaudeville-clown callejero. Otra mezcalina, otro idioma, el del silencio y las caras pintadas de blanco que aún no puedo olvidar.

No sabía tampoco que las mulas en la isla de Santorini (en territorio griego pero muy cercano ya a Italia) fueran tan pinches mulas y se te restregaran ‘de-a-propósito’ para ver si te tiran por esas escaleras que bien podrían ser un barranco.
Y Malta, bueno, Malta es hasta hoy la mezcalina más duradera de este viaje. Nadie me lo va a creer, pero la diminuta ciudad amurallada que aún guarda el centro histórico, Valleta, (más al estilo árabe que al estilo francés) es absolutamente hermosa. Ya postearé algunas fotos cuando tenga una conexión de Internet adecuada.

***

Dos breves maltesas, nomás por no dejar:

-un perrito maltés de a devis cuesta la friolera de 1600 euros.

-los verdaderos halcones malteses fueron un pago del gobernador o ‘contramaestre’ al rey o virrey español (en una de tantas y tan diversas ocupaciones del archipiélago maltés que se acerca quizás a Polonia en interés extranjero por su ubicación estratégica) para que los dejaran en paz y pudieran gobernarse solos. Un enorme pájaro entrenado: eso costó alguna vez la autonomía.

Supongo (porque ahora no podré googlearlo) que en la película y en la novela se habla de una evolución a reproducción escultórica del mismo animal, la reliquia de una ofrenda.
En fin.

Espero no estar aburriendo a Bozo.

(Por cierto ¿habrá muchas diferencias de mis posts cuando los escribo offline y luego sólo me conecto para el copypaste en WordPress? Intuyo que sí, pero no sé por dónde…)

Nude

Para mí que ayer y antier hubo 55 mil personas contentísimas en el Foro Sol.

Yo una de tantas.

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La forma en que la música me desnuda de todas esas ganas de competir, de aplastar voluntades y personas; me libera de la pesada lengua materna, me libera de mi madre, me hace un pececito encuerado que fluye y se resbala y ya no se golpea más contra las angustiosas rocas; la forma en que me cumple todos los sueños allí allí allí, la forma en que me deja estar con el otro desde lo mejor que tengo; la forma en que uno respira cuando lo hace por el puente de una rola.

Por eso voy a conciertos.

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Me gusta Radiohead. Ni modo. Mucho, aparte. Ahora me gusta más.

El pobre güey tuvo que tocar Creep y no siento decir que la disfruté. Hoy un amigo dijo que era como haber oído Smells Like Teen Spirit. No sé. Hubiera sido lo mismo para mí si no la hubieran tocado. Tampoco creo que haya que rasgarse las vestiduras porque la tocó. No se hagan, todos nos la sabemos. Es parte de la historia del grupo y ya. Como un tatuaje viejo y feo que sería medio tonto borrar.

Que si Radiohead es a mi generación como Pink Floyd a la anterior, quizás. Quiero decir, somos una banda de forevers, we’ll be forevers forever, el público ¿mexicano? tiende a comprar nostalgia muy chafa, pero hay que decir que este grupo viene con la gira de un disco extraordinario, el  In Rainbows, y que al menos no estamos asistiendo a la debacle de unos middle-agers a quienes ya se les acabó el dinero.

Distimia o gripa, nunca se sabe

No depresión, pero melancolía y tristeza deshabilitantes.

Creo que se asentó en mí porque di rienda suelta a un pensamiento obsesivo. O al revés. Primero fue la tristeza y luego el pensamiento obsesivo.

Mi mente está tratando de sacarlo por la nariz.

La caja de kleenex se ríe porque no tiene gemela y está a punto de terminarse.

La única película que puedo ver ahora es Capote, de Bennett Miller. Philip mi amor Hoffman se enfrenta con su propia genialidad y el tufo de lo que quedó del verdadero Truman, después de tanta peda y olor a calzoncillo, viene a recordarme que aunque seas un geniecito y escribas desde los 11 años y trabajes en el New Yorker a los 17, tu vida siempre puede tener un vuelco inesperado, del que ya no puedas regresar.

Crear es peligroso.

Conozco mucha gente que no lo sabe.

***

Miento, en realidad miento. Ayer vi la de Robert Rodríguez, Planet Terror, me reí mucho. La guapa quiere ser stand-up comedian. Comediante de pie. Pero Rodríguez que es una maravilla, la hace perder una pierna en un accidente automovílistico (que ocurre cuando tratan de evitar a unos zombies-come-carne).

En la cama del hospital, mientras mira su muñón, la guapa pronuncia una línea enternecedora: “Mírame, ¿ahora cómo voy a ser comediante de pie?”

Es este tipo de películas que me regresan la confianza en la humanidad.

Si podemos reírnos de algo tan estúpido y tan grotesco, quizás haya algo, una especie de caos que nos perdona todas nuestras faltas, que  también nos salve.

(El otro tipo de películas está bien, pero cosas como Planet Terror y Night of the Living Dead son un bálsamo para mi corazón, still freakish after all these years).

Tapadosky Franco

Dicen que uno confunde los nombres porque los tiene almacenados en la misma zona del cerebro:

Ejemplo:

Mi-amor es igual al hombre con el que me acuesto (con o sin sexo), que me proporciona amorcito, me dice cosas dulces y tiene el poder de encabronarme más rápido que nadie en el mundo. Ese se llama TAL pero luego quiero decirle TAL porque su presencia prende las mismas redes eléctricas que aquél otro con el que también me acostaba, me proporcionaba amorcito y me hacía encabronar. A mi cerebro le vale madres si uno es presente y otro pasado.

Lo que pasa con la creatividad, por lo menos la mía, es que bebe del pozo de mis recuerdos.

Mucho de lo que escribo tiene que ver con mi madre –y esto debe ser una venganza retroedípica–, pues fue ella quien me enseñó a destapar el perol ese donde se cocinaban mis más locas ideas.

Me enseñó cantando. George Harrison cuando estaba feliz. Led Zeppellin cuando eufórica. Si no había música, ella la hacía. Bailaba y ponía cara de demente cuando jugaba conmigo como si la tribu estuviera a punto de sonar aquellos tambores rituales.

Pasa que cuando estoy en trance con ella, todo fluye muy bien.

Pero hay días en que estamos peleadas y yo me tapo por completo. Contemplo el teclado de la computadora como si fuera un perrito mojado al otro lado de la ventana. Tengo hambre y sed de todo eso que hay adentro, pero nomás no puedo entrar.

Cuando no puedo ser creativa (cosa que no necesariamente significa escribir, por supuesto) para mí es literal: no tengo madre.

Algo pasó hoy que hablé con ella y le pedí un respiro. “Ándale, tengo un guión y un reportaje que entregar mañana”, le supliqué.

Y aquí estoy, pudiendo.

Creo que esta canción, con todo lo triste que me pone, también me salvó esta vez:

Entre ruedas

En mi oficinita de arriba duermen dos gatos.

Este es el cuarto donde mejor pega el sol de la mañana y ellos lo van siguiendo como girasoles vivos hasta cerca de las seis, al ocaso; después proceden hacia la cama, a esperar la hora de la cena.

Hay un momento del día, como a las dos de la tarde, en que los rayos de calor se reflejan exactamente debajo de la silla donde trabajo, una silla con rueditas, como de oficina; y mi gata Morgana se acuesta allí, justo allí; pone su cabecita junto a la rueda, obviando el peligro de ser atropellada por una dueña con prisa que pudiera levantarse distraída y arrollarla mientras duerme.

Algo pasa que la dueña siempre está consciente del daño que le puede hacer, hay un cuidado subyacente, un mimo que no tiene tiempo, algo que se hace por instrumentos.

La confianza de ella de poner su cabecita allí y mi cuidado pererenne de no hacerle daño, eso creo que es amor.

Private thoughts

“Sometimes acting is a very private thing that you do for the world”, dice Phillip Seymour Hoffman.

Hoy es el pasado de lo que me espera.

Hoy es un globo sostenido por unas manos rasposas.

Para hablar de hoy es necesario describir el estado de esas manos, pensar la forma exacta en la que juegan con el globo, como si se tratara de armar el cubo de Rubik; la forma en que una mano gira para un lado mientras la otra se retuerce hacia la dirección contraria, los dedos en punta como de Nosferatu en el cuello de una gallina de Navidad, el índice probando curvas en el látex, satisfecho de tanta bondad del material.  De pronto se junta con el pulgar, su cómplice, y jalan ‘la galletita’ del globo, el nudo que lo mantiene inflado; jalan duro, como quien jala un pezón hinchado y feliz. Resiste globo, sólo te están cachondeando.

El globo hace auch.

Para hablar de hoy también es necesario imaginarlo a él. Planea un esacape: desliza su piel de panza de lagartija, se zafa de esas manos perversas. Quiere llegar al suelo: imagina un mejor destino una vez que su ‘galletita’ esté cansada, muerto por límite de tiempo, desinflado poco a poco en la esquina de esa casa…pero las manos lo recuperan, y ese calor y ese sudor y esa leve, casi imperceptible presión lo hieren.

Pum.

***

Este post iba a empezar “Una vez quise ser actriz”. Pero lo del globo me interesó un poco más.

***

Yo sé que todos están de vacaciones. Hoy es un día para dar vueltas como mayate en casa, abir un libro viejo darle a dos o tres párrafos y volverto a botar. Hoy nadie lee blogs, casi nadie los escribe. Los baches no se tapan hoy, los divanes de los psicólogos están vacíos.

Y yo estoy acá, pensando en todo lo que cambié este año y si seguiré cambiando y para dónde madres.

Estoy acá, sola a solas, como si todos ustedes se hubieran salido al patio a jugar futbol y yo siguiera creída de que aún jugamos a las escondidillas, bien resguardada dentro de un clóset.

Salgo. Como nadie me encontró creo que ahora me toca contar a mí.

Uno, dos, tres…