I’ve always depended on the kindness of strangers

Tennessee Williams era hermano de una mujer pálida y esbelta a quien de muy joven le practicaron una lobotomía.

Aquella esquizofrenia de la hermana —o el miedo a caer en algo similar, tal vez— inspiró dos grandes personajes femeninos creados por el dramaturgo-del-bayou: Blanche DuBois de Un tranvía llamado Deseo (A streetcar named Desire) y Maggie de La gata sobre el tejado de zinc caliente (Cat on a Hot Tin Roof)

(…antes de proseguir con el punto me gustaría acotar la especificidad del traductor: elegir la palabra zinc, cuya sonoridad es claramente superior a la de las palabras ‘hojalata’, ‘fierro’ o ‘vacío metal’ me parece tan audaz como afortunado….)

Ambas un mismo personaje y quizás un mismo Tennessee llorando por su hermana Rose, un vegetal babeante de zapatos toscos que lo esperaba en casa mientras él se cogía a un soldado.

Blanche es especialmente histérica y sin embargo, es uno de esos personajes femeninos a los que nunca he podido odiar: su conflicto para distinguir entre realidad y fantasía me hipnotiza.

Pretende mandar esas obsesivas cartas que escribe; critica al hombre de ‘la edad de piedra’ que es su cuñado pero se enamora inmediatemante de él; bebe demasiado, critica demasiado. Se hace la víctima y al final es violada por ese mismo hombre al que un minuto antes está deseando, el marido de su hermana.

Suena muy extraño: ¿cómo es posible ser violada por tu objeto de deseo? Ahí está la magia de Tennessee. Nunca pude entenderlo de adolescente, pero ahora me queda más claro. Se da cuando fincas el deseo en la fantasía y no en la realidad.

Williams adora a su personaje y por ningún motivo permite que la juzguemos sin oírla:  Blanche DuBois es un animal tan complejo como la culpa y el amor de Tennessee hacia su hermana Rose.

Al final ya no es posible emitir un veredicto muy duro contra la melcochosa y boba Blanche; y es sólo en ese contexto que Tennessee le permite decir esa famosa línea (cursi donde las haya):

“Whoever you are, I have always depended on the kindness of strangers”.

Hace rato venía pensando en esas cosas que te ponen la cara dura y solemne, cuando un extraño pasó y me hizo una broma de espíritu libre y ligero que me iluminó los ojos.

Casi me le suelto al whoever you are… Lo bueno es que uno tiene blog, que si no, andaría tirando líneas Tennessianas por toda la ciudad.

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Por cierto, hay varias líneas que ameritan ovación de pie en las obras de Williams. Aquí les dejo algunas:

De Cat on a Hot Tin Roof:

Big Daddy: Why do you drink so much?

Brick: Gimme another drink and I’ll tell you.

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Big Mama: When the marriage is on the rocks, the rocks are there! (pointing at the bed)

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Maggie: I’ll win, alright.

Brick: Win what? What is the victory of a cat on a hot tin roof?

Maggie: Just staying on it, I guess. As long as she can.

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De Stairs to the roof:

A prayer for the wild at heart kept in cages.

Malísima memoria

¿Ser culto es igual a tener buena memoria?

Si es así, soy la persona más inculta del mundo. Mi cerebro es queso cottage de Lyncott y ni cómo hacerle.

Acabo de darme cuenta de que no puedo hablar de mis libros o cuentos favoritos porque dependo del pinche google para acordarme de los detalles.

No puede ser. Tengo que hacer algo urgente. El otro día escuché hablar a Nicolás Cabral y su erudición me acongojó toda. No sólo se da uno cuenta que ha leído todos esos libros (la mayoría de la gente habla de libros que jamás ha leído), además recuerda detalles, nombres, páginas, aaaashh.

Dentro de mí había una niñita mensa pensando “ay, pero si yo leí ese libro, pick me, pick me, yo lo leí, quiero comentarlo contigo carajo, pero no me acuerdo, nomás me quedó la sensación y uno no puede comentar sensaciones ¿o sí?”.

Si alguien tiene una técnica mnemotécnica je je efectiva, ahí le encargo.

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Hoy quise, por ejemplo, acordarme de ese cuento de José Emilio Pacheco donde un barco llega al puerto de Veracruz, pero al pasado.

La tragedia es que no sólo estoy dudando del título del cuento, del libro en que venía, sino en la trama. ¿Sí llegaba al pasado o esa me la inventé yo?

Aggggh.

G navegador

Encontré la palabra gnosis como “el conocimiento introspectivo de lo divino”. La busqué porque a Yépez le encanta que uno lea sus escritos con diccionario en mano.

“Nosotros los gnósticos dejaremos atrás la literatura como tal. Esta parvada apócrifa que somos extremará su tangente, hasta abismarnos en lo desconocido: un saber que aún no poseemos, que es ya la única meta real de la escritura: descubrir o construir –verbos inesenciales mientras haya acto drástico– un conocimiento nuevo.

No saber qué sigue será la señal…

La gnovela es gnosis. La gnovela es la búsqueda del total poder creativo; que ordinariamente se encuentra dividido.”

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No saber qué sigue en mi novela me tiene muy ocupada. Estoy descubriendo un placer contradictorio: mientras escribo busco la forma de romperle la madre a todo lo que había escrito antes.

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Narrativa de navegador:

(Abrí Firefox. Pestaña 1 Gmail-Inbox-usted tiene 2 nuevos mensajes, pestaña 2 wordpress Si alguien corta tu oreja, pestaña 3 Demiurgo – wikipedia, pestaña 4 licuadora.jpg, pestaña 5 discernimiento, pestaña 6 Gnosis – wikipedia).

Escondido en los intersticios de estas pestañas hay un relato corto que quiero escribir ahora mismo. Espero que sea el primer relato inspirado en en los tabs del navegador Firefox.

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Por fin regresé a mí. Por fin volví de Oaxaca. Me tomó varios métodos combinados: música y café en el suelo de mi cuarto un día; acuarelas y plumones al siguiente día y hoy, por fin, dibujitos.

Fin de semana

Fui vampiro y les quité cosas a todos.

Este fin de semana me apropié de algunas muecas y talentos que no eran míos.

A ti te quité tu blog con todo y lectores cautivos.

A ti te quité los dedos de twinky wonder que dibujan, te quité los pinceles, los plumones, el papel de 200 grms que aguanta acuarela.  También me llevé el ritmo, gracias.

A ti te quité la habilidad para responder chistoso.

A ti te quité una bufanda y de paso te degollé; seccioné finamente ese cuello largo, marmóreo (era una lástima ver una cosa sin la otra).

A ti te quité la capacidad para burlarte de la voz de Thom Yorke.

A ti de plano te saqué los ojos (lo siento, ya no podrás ver así a nadie)…es que nomás no era justo.

Lo único mío con que me quedé fue ese sobrenatural talento para engañar al alcoholímetro. (Me tomé cuatro y no marcó ni madres).

Salte de mi cabeza, maldita canción

De las profundidades del frío de ayer salió Chelsea Hotel de Leonard Cohen a espantarme el sueño. Quizás porque habla de forma extraña y dulce acerca del sexo oral en un sucio cuarto de alquiler. (El Chelsea es un hotel de leyenda, pero limpio y puro no es, ni será jamás). ¿Habrá una imagen más romántica que esa?

Me encanta esa expresión en inglés “giving me head”. Leonard Cohen soltó luego la indiscreción: esa canción se la compuso a Janis Joplin, cuando ambos vivían de la peda y el olor a calzoncillo, cuando a la joven bruja le gustaba ‘darle cabeza’ al poeta. El propio Cohen dice que aún no se perdona haberlo hecho público.

Ya no importa: ambos son viejos recuerdos de un tipo de música que ya no le gusta a nadie, ambos dioses olvidados; pero es justamente ahora y no antes que esa maldita canción me despierta por las noches.

I remember you well in the Chelsea Hotel,
you were talking so brave and so sweet,
giving me head on the unmade bed,
while the limousines wait in the street.

O sea que estos dos se pusieron a hacer lo que todo el mundo hace cuando quiere metérsele al cerebro al otro y allí fue cuando Leonard Cohen se dio cuenta de que dos feos si pueden hacer algo bonito.

I remember you well in the Chelsea Hotel
you were famous, your heart was a legend.
You told me again you preferred handsome men
but for me you would make an exception.
And clenching your fist for the ones like us
who are oppressed by the figures of beauty,
you fixed yourself, and said, “Well never mind,
we are ugly but we have the music.”

Yo siempre he pensado que los que me quieren tendrán que hacer muchas excepciones. Hay quienes las prefieren guapas, finas, bienhabladas, retacadas de moral, desocupadas, solitarias, sedientas de que alguien les controle la agenda. Pero conmigo no queda de otra que pasar por alto ciertas cosas.

¿Dirán algo los títulos?

No importa cuántas palabras le pongas a una novela, a un texto, a un artículo, 22 mil 100 mil, hay una que proviene de las profundidades del helado mar del inconsciente y se antepone como un sino, como si te la hubieran dictado. Es esa palabra que discutimos siempre. Que le queda o no le queda, que nadie pasa por alto. Las otras 21 mil 900 pueden estar sobradas o cursis, pero a nadie parece importarle.

El título de una canción, de un libro, de una película, de una relación. (El título de una persona es su nombre y ya sabemos que “A rose is a rose is a rose”…aunque yo no estoy tan segura de que la rosa tuviera el mismo aroma si se llamara de otro modo. Concuerdo con mi amigo Ernesto: no sería así).

Todo esto porque con este pinche frío he cambiado mi oficina al cuarto de arriba. Mientras estoy en el cuarto de abajo y escribo, mis ojos se pierden a veces en los lomos de los libros. Un librero desordenado  todavía contiene restos de cultura familiar que me viajan: abajo están las colecciones de filosofía, los tratados de biología y química para mis hermanas, alguna vez interesadas en las ciencias exactas; dos o tres libros de psicología clínica de mi hermano quien a pesar de no haber estudiado la carrera, le ayudaba a pasar los exámenes a una novia y con ese conocimiento le bastaba para torturarme diciendo que mis traumas sexuales infantiles me hacían morderme las uñas a los 13 años.

Yo soy la que más ha vivido en esta casa, así que mi colección se ha ido sumando a la preexistente.  A mi casa le salen libros como sarampión mal curado.

Cuando no puedo hacer nada, cuando la concentración no me da para escribir, doy rondines y leo los títulos.

Los de mi cuarto, por ejemplo, están en tres libreritos.

No los dispuse yo, quedaron en orden aleatorio,  “por época de mi vida”.

En el más viejo está El Origen de las Especies, de Darwin, el primer libro que leí. Está también la edición ilustrada de The Lord of the Rings, junto a Agatha Christie y mi libro favorito de todos los tiempos: Tom Sawyer. Hay un tratado de Sociología general, de cuando pensé que me iba a dedicar a eso; los diálogos de Platón que he leído muchas veces y nunca he comprendido, las novelas del boom latinoamericano (Galeano, Vargas Llosa, García Márquez) y uno que otro librito de texto de idiomas. Francés, inglés, diccionarios.

En el librero que sigue está Stephen King. Octavio Paz, Bret Easton Ellis, el primer Gaiman, Poe y Rulfo. (Aunque pienso que hoy cambiaré a Rulfo de estante). ¿Qué diablos hace Pascal allí? No recuerdo cuando lo subí. Allí está Volpi, blagh. Javier Marías, Fuguet que me regaló Edgar y uno de Joe R. Lansdale que quizás pertenezca a otra época.

En el más reciente hay varias novelas gráficas, Clowes, McCloud, Gaiman, uno que amo de Historias de la guerra civil española. Allí está la novela Pilotos Infernales de mi amigo Gerardo Sifuentes que acabo de volver a hojear. Los libros de Bef a los que les doy vueltas de vez en vez. Los que me dio en prenda Ernesto de álbumes clásicos, colección 33 un tercio: en libro tengo el Doolitle, el Meat is Murder y el de los Stone Roses.

Beckett está allí también. Las comedias de Molière, los de Almadía. Vida y hechos de Rimbaud y el de Basho.

Junto a mi cama están los que leo ahora mismo: la novela gráfica Marvel 1602 y Espíritu zen de Robert Kennedy. Ah y Lejos del Noise que no he querido volver a meter a los estantes.

Si sólo me fijo en los títulos no podría decir que me ha ido mal en la vida.

Lo que quería decir con este post (y en lo que probablemente fallé estrepitósamente) era que quizás el cambio de oficina, los nuevos títulos que tengo enfrente, cambiarán también mi forma de escribir.

Esa soy yo

Creo que uno tiene preconcepciones hasta de sí mismo.

Pero esa que estaba allí, esa que negaría a sí misma en una conversación, la que me cuesta trabajo reconocer en público, la que no sabe qué hacer nunca, esa soy yo.

Achúu

Si las películas no me abrazan no sé qué voy a hacer. Ayer se me notaba cómo vengo claramente desconcentrada.

Suelto libros, cómics, conversaciones, posts y dios sabe qué más voy dejando tirado por la calle. No me puedo asir a nada.

La concentración no es una cosa de un momento, es un estado que me dura meses y sinceramente no sé qué hice que la perdí. Tanto viaje quizá: ayer me sentenció un amigo como que no quiere la cosa: “es que los viajes también son viajes  en el tiempo”. Allí junto a unos tacos y sin anestesia.

Así justamente, así se sienten. En Oaxaca me desfasé. Me fue re bien, pero me desfasé. Quizás estoy en la semana antepasada, algo de mí sigue sintiéndose triste y no se acuerda que ya tenemos más lecturas y que andamos en momento haikú-zen y nada más nos importa.

Traigo una especie de gripa en el cerebro que sólo me permite pensar en lo básico: comer, dormir, tener frío y de vez en cuando desear. (En mí las gripas tienen efecto cachondístico).