Las frases que lo definen a uno

No hay como tener un hijo para enfrentarse a sus propias muletillas. Las ves respirar de nuevo en la boca de otra personita que realmente no les encuentra sentido, pero que se las apropia con descaro. Una de las mías es “a veces, uno tiene que…”

Por qué digo una cosa tan resignada, tan jodida y de cierta manera tan mal traducida del inglés al español, es un misterio. Equivale quizás al “sometimes, you just gotta…” y en otras ocasiones quiere decir “there comes a time in every man’s life…” una cita de Churchill nada menos, que viene de un amigo mío y que incluyo en ese el sentido redondo de ese “a veces”.

Lo digo porque hoy, tempranito, me puse a leer un cuento y no pude terminarlo. A la mitad lloré y lloré y lloré. Desee con fervor… por favor, por favor, por favor, que el protagonista pudiera salvar a una enferma mental antes de que todos los ferrocarrileros la violaran en hilerita otra vez.

Desee que el tipo ganara la pelea, que hubiera algo en su blancura y sus tetas chatas que le impusiera, como una orden, salir de ahí aullando, resoplando, corriendo con esa chica envuelta en una toalla, cubriendo su desnudez.

¿Cómo pudo hacerme esto el autor? ¿Cómo pudo desnudarme a mí en media cuartilla?

Y ahí fue que me acordé: “a veces uno tiene que…” A veces, uno tiene que agarrar el maldito toro por los cuernos y ponerse a trabajar una historia así. Llega un momento en la vida de todo hombre y de toda mujer que necesita empezar a contar las malditas historias que no pueden quedarse calladas. Las de la crueldad que se mezcla (¡siempre, me lleva el carajo, siempre!) con la humanidad más exquisita, la más amorosa, la única que sirve.

Quise de pronto ver una película o leer un cuento o una novela gráfica que contara la historia de estos dos: una chica a merced del  demonio que también tiene cola y por lo tanto es un pinche humano, como todos los demás.

¿Deberé escribirla?

Quizás sí.

Por cierto, el cuento ese que me tiene llorando se puede leer aquí. Aún no me doy el valor para terminar de leerlo. ¿Qué tal que no la pudo salvar? No sé si voy a poder con eso todo el día.

http://blogdetextos2013.blogspot.com.ar/2013/08/queria-taparla-con-algo-jorge-accame.html

Londres 1…Mi perro se llamaba ‘Baby’

No le tomé foto pero llegandito llegandito vi un Setter Irlandés como el que yo tenía de niña.

Ese perro me acompañaba a comprar Bimbuñuelos Bimbo y se comía la mitad de la bolsita. Se los aventaba de lejos y él se quedaba quieto para recibirlos.

Me veía desde su trinchera el Baby.

Alguien le puso así, no fui yo. Me llegó hecho un guiñapo después de un viaje inhumano que se aventó de 11 horas en la parte trasera de una pick up. Se lo regalaron a mi papá unos albañiles en Monterrey. Ya le habían puesto BEIBY en un collar.

Desde que lo vi morí de amor. Supongo que allí empezó mi obsesión por los nombres. Baby era un nombre que ya a los ocho años me parecía tremendamente injusto.

Así no se le puede nombrar a un animal que camina con orgullo, que no alberga la pesada costumbre de lamer de nervios toda mano o pie que se le pone enfrente. El Baby daba un lenguetazo y sólo uno a la mano que le daba Bimbuñuelos. Y eso cuando estaba de buenas. Además tenía la nariz seca como piedra pómez y la llevaba siempre en alto.

Actitud tenía ese perro.

También tiene la culpa de que yo medio crea en dios. Un día se salió el tarado y se perdió por un largo tiempo. Seis meses duró perdido.
Yo rezaba –hacía enojar a mis hermanos comunistas, boteadores de las huelgas en la UNAM y ultra castristas (digo ¿castrantes?)–. Rezaba todos los días para que apareciera el Baby.

A los cinco meses dos semanas me enojé y dejé de rezar. Le dije muy enojada a dios (creo que nací soberbia) que si no me traía a mi perro iba a dejar de creer en él. Casi ni terminé de decirlo cuando llegó un volante que decía “¿usted perdió a esta belleza? Llame a no sé donde” con una foto del perro providencial.

Seis meses después de tenerlo, cuando todos lo daban por atropellado, los buenos Flanders vecinos seguían buscando al dueño original. Casi pensé “qué bueno que no pedí que me cayera un rayo. Este cabrón me estaba oyendo!”

Las chamacas que lo tenían lo adoraban, lloraron como magadalenas cuando se fue. El pobre Baby, todo un gigoló, perro de albañiles, desacostumbrado de mis formas taciturnas, también sufrió. La neta no se quería ir de esa casa.

God moves in mysterious ways, indeed.

Es decir, dios me hizo feliz a mí, pero hizo infeliz a otras dos chamacas y al Baby.

Es cabrón, es cabrón.

Como cuando me manda a Londres pero antes me pone una prueba. “Tocarás suelo londinense, pero nomás una noche para que te enamores y luego te meterán en un pinchi barco más grande que la torre Eiffel acostado con catorce pisos y 2500 personas que no tienen idea de lo que es el buen gusto”.

Claro que después me va a dar chance de estar estar, pero mientras, tómela su barco-penitencia.