Un mapa de la mañana

Es de mañana, hay que revisar Twitter, blog, mail, facebook. Prendo la computadora, conecto las bocinas, pongo una canción, me conecto a Messenger (contactos de trabajo, casi todos) y bajo a hacerme café, en ese órden. Pienso en mi día, en las juntas de trabajo, en mi viaje próximo, en que tengo que ir a la biblioteca, al gimnasio (a inscribirme puesn), al portugués, mi maestra hiper cursi que nos pondrá yet another song by Rita Lee, algo así como la Yuri brasileña.

En Facebook las primeras angustias reveladas. Mis amigos que viven en el extranjero son los primeros en comentar: “O sea que hoy no va Nadie a la escuela?” Ah chingá. Me vengo enterando. Esa diferencia de horario es la onda.

Otras angustias liberadas en forma de chiste o de reflexión chabacana, que si es enfermedad de puercos, que si se pega por facebook, que si qué mala onda que ya no soy estudiante para tener puente. ¿A quién escogerías para contagiar? Esta última ya me parece too much, pero bueno.

Aquí empiezo a buscar la cantidad de población que murió en México por la última epidemia de influenza. 100 millones en todo el mundo, 300 mil personas en la República Mexicana. Mis bisabuelos maternos incluídos. Soy una huérfana de abolengo (desde hace tres generaciones las mamás se mueren antes de que sus hijas menores cumplan los 15, incluyéndome). Creo que Puebla fue una ciudad fantasma a principios del siglo XX por ese virus. Le decían la Gripe Española. Seguro consideraban menos naco  enfermarse de eso que de gripe porcina, su origen verdadero (aunque esta, la que nos pega hoy, según investigadores gringos, es una combinación entre gripe aviar, porcina y humana, chínguense putos por pinchis posmodernos globalizados).

Regreso a mis planes matutinos: suena grave, suena a que los bisabuelos no tuvieron oportunidad, suena a historia personal, suena a mi novela,  pero la mente hace su tábula rasa y regresa todo a la normalidad. Ok, no hay clases. Got it. Go on with your life. Disfruta del sol. No iré al portugués. Ah, qué bueno, igual me puedo meter al cine y ver Wadley, el documental mexicano en la onda de Artaud sobre el peyote. Ah, no, espera ¿qué no era una epidemia? Entonces no puedo meterme al cine. Madres, es gravísimo!

Justo en eso estoy pensando cuando llegan nuevos twitts, nuevas actualizaciones en facebook. De la extraordinaria mente retorcida de mis cuates viene el imaginario cinematográfico revisitado.  Influenza 28 días después. “Yo ya tengo agua, leche en polvo, latas y una sierra eléctrica”. Me da risa, pues es que en esta ciudad siempre nos queremos matar unos a otros, nomás hace falta un buen pretexto.

Me encanta jugar en silencio con la gente, los leo a todos. Este es un momento de fantástica movilidad de la información y me da lástima tener que despegarme de la computadora, donde la influenza ‘va ocurriendo’. Es decir, hasta que no haya alguien conocido enfermo, todo es pachanga.

Ahí vienen ya las referencias literarias, las Ballardianas, las de los que aún no se enteran o no viven aquí. Están mis amigos que suelen despreciar el tema de hoy: a mí me interesa más el güey encuerado en Coachella que la influenza. Tómense mi desinterés como puedan, pinchis histéricos colectivos.

Pienso ‘qué mamerto’ y luego reacciono: necesitamos a todos, a esos y a los otros. Cuando el mundo funciona bien, se equilibra solito, como un organismo vivo con anticuerpos.

Hablo con las dos personas que buscaría en momento de emergencia. (Tengo que mandar mensajito a una tercera). Ambos enterados, ambos se lavarán las manos mil veces este día ante mis recomendaciones.

Imagino un cómic siniestro, una procesión de cabezas de marrano rebanadas,  como salidas de una exhibición en los mercados; cochinitos con ojos entrecerrados y esa sonrisa casi budista que les caracteriza cuando son cadáveres, burlándose de nuestro pánico  ¿con que les gusta el tocino eeeh? Vengadores sin antifaz.

Efectivamente hay una histeria enorme, pero considerando los 100 millones, los 300 mil y sobre todo considerando a mis bisabuelos, yo también podría enfermarme y morir.

¿Por qué no?

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Espero no abrumar con esta crónica larguísima de mi mañana.  Pensé que alguien tenía que hablar de esas primeras dos horas de información fresquita,  cruda, sin editorializar, antes de que por la tarde se hiciera vieja y la opacara algún otro encuerado o un nuevo talento en Youtube.

Los días, los motivos

Ahora debo escribir una carta de motivos. Redactar bien, enganchar al académico que leerá las primeras dos líneas, un par de enmedio, las del final. Hacerle una especie de ‘cht, cht’ en la voluntad, ‘ei, acá, acá fíjate en mí, soy elegible, soy lo que buscas’…zip zap zoe, sea el alma de las fiestas, decía la Pantera Rosa.

Aquél que pueda escribir una buena carta de motivos, creo que puede con una novela. Es el mismo principio, nomás que las nachas duelen más.

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Dice Vila-Matas en una entrada de su Dietario Voluble: “A veces, el humor se revela como el único sentido del universo”.

El universo hace cosas graciosas como dejarte sin dinero para comprar pan mientras te asigna un trabajo de reportar el estado de los pastelitos de frambuesa.

O te da una intuición de miedo para casi todo pero no te da disciplina para ejecutar.

Sentidazo del humor, pues.

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DC, as in DC Washington, as in DC Comics, as in Batman, as in I’m Batman, as in I miss my happy self, as in I have a mask that covers up my ophanhood, as in I miss you bastards a lot, as in don’t you think it’s been enough? DC as in Driving Cars, as in Dying Cars, as in Dios Castiga, as in Damage Control, as in Don’t Care, as in Dionisios Celebra, as in one of these days I’ll just be Bruce Wayne and leave everything behind me.

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This time tomorrow. Qué sanquintín esto de viajar. A esta hora mañana ya estaré sentada en las piernas de Lincoln, como la Lisa Simpson que siempre quise ser.

No me acordé

Y si me acordé de otros momentazos ya no me da tiempo de escribirlos. Tengo una pierna que hornear.

Nomás no quería irme de aquí sin decir lo que escribí en un mail:

“Este año fue muy raro para todos. Esta noche hagamos una tregua; comamos, chupemos y hagámonos reír. Es lo único que nos pertenece.”

Que la uva número 5 (la de mi cumpleaños) les sepa más rica que las demás. Jo jo.

Los no lugares

Hace tiempo le ayudé a mi hermana a redactar un trabajo de la escuela, un reporte sobre un libro del antroplólogo Marc Augé cuyo título (Los no lugares) bien podría hacer referencia al día de hoy.

“Los no lugares no existían en el pasado. Son espacios propiamente contemporáneos de confluencia anónimos, donde personas en tránsito deben instalarse durante algún tiempo de espera, sea la salida del avión, del tren o del metro que ha de llegar. Apenas permiten un furtivo cruce de miradas entre personas que nunca más se encontrarán”, dice la contraportada.

Hoy es un día-sala-de-espera. No es fiesta, pero tampoco es hábil. Estamos aquí porque no podemos acelerar el tiempo y hacer que un treinta se convierta en un treinta y uno.

En un fragmento del libro se lee algo que le ocurría por ejemplo, al poeta Baudelaire:

“Se puede señalar que la posición del poeta que mira es, en sí misma, espectáculo. En ese cuadro parisiense, es Baudelaire quien ocupa el primer lugar, aquel desde donde ve la ciudad pero que otro yo, a distancia, constituye en objeto una segunda visión:

Las dos manos en el mentón, desde lo alto de mi buhardilla, / veré el taller que canta y que charla/ las chimeneas, los campanarios…

Así Baudelaire no pondría simplemente en escena la necesaria coexistencia de la antigua religión y la industria nueva, o el poder absoluto de la conciencia individual, sino una forma muy particular y moderna de soledad.”

Como se te pegan los días

Hace mucho, cuando era maestra de inglés, les explicaba irresponsablemente a mis alumnos que la memoria funciona como una red: si un elemento está solito puede que se filtre entre los agujeros del olvido, pero si está arraigado a otro(s) elementos, será más fácil de recordar.

Ayer fue un día de esos difíciles de olvidar.

1. Casi tan extraña como aquella noticia de la elefanta atropellada en la carretera México-Tulancingo, fue la de una avioneta cayendo en pleno periférico. Un animalote metálico y explosivo que los transeúntes entrevistados registraron con una curiosa palabra: “Parecía la guerra. Por mí mejor, pero es curioso que en esta ciudad la guerra sea algo que pasa en las películas y que por arte de magia se puede implantar una tarde de otoño en medio del periférico.

Además, bueno…la avioneta traía a ya saben quién.

2. Mientras tanto, incluso el tendero de la esquina estaba ‘con el pendiente’ por saber el resultado de Florida. Fuimos a comprar unos chicharrones y la conversación entre el tendero y el frutero se parecía a esto:

“No, es que todavía no dicen qué onda con Florida y por ahí es por donde nos la dejan ir”(pardon his french).

Fantástico. Era casi como ver a un aficionado del Pachuca esperando la decisión de un árbitro vendido.

3. En medio de tanto desmadre, una entrevista telefónica a Juan Carlos Rulfo. Estuvimos una hora hablando de San Gabriel, el pueblo de sus abuelos; de sus películas; de su padre. La loma aquella donde Susana San Juan volaba papalotes con Pedro Páramo; el lugar exacto donde su papá se hizo un famoso autorretrato.

De pronto me dice, ‘aguarda un minuto’, contesta su número fijo y alguien (asumo que su suegra) le comunica lo del avionazo. ‘No sabía, te paso a Vale’, dice, con su voz triste, monótona, llena de una  tranquilidad desesperanzada que, intuyo,  mamó del mismísimo San Gabriel, Jalisco.

Eran las 10:08 pm (ya llevamos un buen rato, no importa, hace mucho que nadie me preguntaba de esto) cuando empezamos a hablar de la aridez del Padre, el Padre como figura elusiva a la que uno cazará eternamente.”Sólo que en tu caso, la cosa se complica, le dije”. Hizo una pausa larga, extrañamente larga para una conversación entre dos personas que no se conocen. “Si, supongo que en el tuyo también, ¿verdad?”

Pocas veces he lamentado tanto terminar una entrevista. Estábamos ambos tan cerca de nuestros respectivos Pedros Páramos.

4. Y claro. Todo esto tuvo un principio. Un principio donde hubo un respiro, una emoción cruda, una sorpresa (el que haya inventado las sorpresas merece un altar pagano), un acomodarse de cosas, la alegría que da el mindless good time, la alegría que da conectar, saber que en algún lugar uno no está solo, uno conecta porque es humano y porque es mujer, hombre o algo.

5. Amo a mis amigos. Prometo no decirlo tan seguido.

Pan de muerto

Llegaré apenas a México para la celebración de Día de Muertos.  Amo ese pan. Es el que más me gusta en el año. Creo que no como pan dulce en seis meses para poderme atiborrar del de muerto. Sabor a naranjita, azuquitar, los huesitos, hijos, cómo me gusta. Remojarlo en chocolate caliente ya es medio obsceno, pero igual se hace, cómo no.

Es extraño que para mí la celebración signifique pan, mientras que para Lupita, la señora que me hace la limpieza en la casa una vez a la semana desde hace 15 años, realmente significa recordar a MIS muertos.
Ella pone su ofrenda en su casa, compra sus velas, le pone un caballito de chupe a alguien, no me ha dicho a quién y compra flores, muchas flores.

Lo hace para sus muertos, pero desde que vivo sola también se ofrece para ‘hacerles el servicio’ a los míos. Siempre me avisa, con religiosa puntualidad una semana antes: “Esteee, me deja dinero para la ofrenda, no se le vaya a olvidar”.

NO me pregunta, nomás me avisa.

Yo le agradezco profundamente su gesto. Pone los retratos de mis muertos sobre una cama de papel picado y zempasúchil deshojado, pone un trastecito de comida que ella prepara y un frasco de cualquier alcohol disponible al centro de la ofrenda.

Este año estaré de viaje mientras ella pone la ofrenda, pero no le importa. Me parece curioso que no le importe. Me dice cosas. Por ejemplo, me dice que las ofrendas no se ponen para que nadie ‘las disfrute’ o ‘las admire’ o ‘las vea’. Las ofrendas se ponen para LOS MUERTOS, quienes, esté yo o no en casa, las agradecerán igual.

Ella no ‘cultiva’ sus tradiciones. Nomás las vive.

Yo en cambio nunca podré vivirlas de otra forma más que amando el pan de muerto chopeado con chocolate caliente. No sé si algún día poner una ofrenda sea un acto lleno de fé ciega.

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Además tengo que aceptarlo, por ahí mi primaria bilingüe hace de las suyas: tengo este día  totalmente entrelazado con el Halloween y las celebraciones paganas.  Acá en el crucero vamos a celebrar esa onda y me encanta la idea.

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El Día de Muertos conserva una fantástica cualidad: está dignamente lejos de la Navidad.

4, 12, 16, 26

Este año casi olvido Octubre, uno de los meses que más me gustan.

Otoño empieza con la misma letra (los cumpleaños de cuatro -o cinco- personas indispensables caen en el Big O).

Otoño es Octubre que anuncia con esa O grandota que algo se muere (el año y las promesas); avisa con sus estrepitosas lluvias de guardar que diciembre y febrero no perdonan y que más vale que hagas grasa en el alma pues se avecina un crudo invierno.

Octubre tiene R y por tanto podemos seguir comiendo charales y cosas del mar. Tiene R pero lo que sigue hipnotizándome es que tenga O. Si te fijas bien, a través de Octubre alcanzas a ver la Oquedad, el vacío el vacío el vacío, el agujero en la alformbra, el pozo en la regadera, la fosa común. Apenas el anuncio,

caída de las hojas ya viene el frío no me digas que planeabas envolver tus regalos

Asomada por la “O” quiero ver el futuro: un par de días en los que ya nada me calienta. Meto un poco más la cabeza (qué impudicia) y puedo ver hasta Marzo o Mayo: el calor ya hizo de las suyas y me encuentro hastiada de tanta fruta madura.

Por eso me gusta Octubre, es el viejo que te apura a que cierres la puerta pues se avecina el vendabal.

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De estar vivo mi papá habría cumplido 80 años hace unos días.

No me lo imagino con el pelo blanco. Medía 1.80 o un poco más. Tampoco me lo imagino disminuído, ni pequeño, ni encorvado, ni amedrentado por la tumba como dicen que te pones.

Lo he extrañado mucho últimamente. Qué caray.

Fear and Loathing in Las Águilas

Qué divertido, qué diablos.

Yo sé que no se supone que yo deba tener regresiones adolescentes a mi edad, pero a veces uno las tiene y el cuerpo, los ojos, el alma, lo agradecen.

Ayer (y antier) fueron como una isla a la que fuimos para sacarnos todo el encierro del continente de adultez que nos opaca tantas noches.

No sé cuántas veces pusimos “El Triste” con José José. También estuvieron por ahí Guns n’ Roses, Manu Chao.

La cosa es que a mí (aunque creo que nunca la pusimos), toda la noche me sonó a I am the Resurrection de los Stone Roses.

Hoy me desperté con I wanna be adored, soñé con esa canción. Estoy muy contenta.