‘La’ realidad

El otro día disgusté a mi primo preferido porque le dije que no creía en LA realidad.

Mi primo es periodista de a devis, de esos para los que la guerra no es algo que ocurre en la televisión; él ha estado allí (cuando la ex Yugoslavia se suicidó y cuando El Salvador se acabó de romper).

Dile a un hombre de esta integridad que la realidad no existe y te va a mirar con mucha lástima. Tendrá razón, pues desde su trinchera, algunas cosas son verdad, algunos datos no son intercambiables. La realidad es todo lo que no eres tú.

En este momento histórico donde el ego electrónico exalta el ego del mundo, donde todos publican una parte de ‘su’ realidad como si nada, como si fuera importante, es fácil perderse en este argumento. “LA” realidad, como la contaban antes, vía un periódico oficial o un discurso oficial (académico o político, da lo mismo) ya no existe, al menos para mí y las personas que conozco –informados, letrados, electronicoletrados, pues.

Lo mío no es un argumento solipsista. Aunque parece.

Cuando se lo refuté pensaba en la historia y la forma de contarla. La HHHistoria. La que se enseña en la prepa, pues, y en la primaria. Pensaba también en que, al menos de mi generación para abajo, aprehendemos esa Historia a través de la ficción.

Pensaba: la ficción también es Historia, es la historia romantizada de la humanidad, quizás la única que permanece. Por tanto, eso que tú llamas realidad es efímero; habrá elaboraciones de ella y cuando se acaben de elaborar se hará un libro, una película, un post y eso es lo único que quedará.

También es la historia editorializada. Aquello que permanece es la visión del vencedor (casi siempre). Los gitanos, los indios, los negros, los chaparros, los feos, los gordos, los idiotas, los pobres; de esos se hacen películas, pero desde el punto de vista blanco, alto, guapo, occidental, millonario, dizque inteligente. O mejor dicho, desde lo que nos han dicho que es lo blanco, lo alto, lo guapo y lo inteligente.

Así es la cosa, qué le va uno a hacer. (A menos que estemos frente a un milagro, que los hay por supuesto que los hay, y entonces nos maravillamos ante el prodigio, lo celebramos, cómo no, bebemos por la excepción…y ya. Regresamos a nuestra vida natural).

Salvo raras excepciones, nuestro conocimiento de un hecho histórico viene de la ficción. O mejor dicho: salvo raras excepciones todos tenemos al menos UN hecho histórico que sólo conocemos a través de la ficción.

El ejemplo clásico es  el exterminio ocurrido en los campos de concentración alemanes. Auschwitz es un lugar que conocemos bien porque lo hemos visto. Trivia mental: diga tres características de aquél campo sin pensarlas mucho. ¿Ya? Bueno. ¿De qué película las sacó? NO importa. Usted sabe que había pilas de zapatos (zapatos muertos), que la gente dormía en una especie de gallineros, que los prisioneros andaban descalzos, que hacía frío, que era un lugar gris plomizo.

Todo eso lo sacó usted de una película. Quizás incluso haya llorado por esas personas y recuerde vagamente a una niña güerita de abrigo rojo en una pila de muertos encima de una carretilla. Una niña muy muerta, una niña que no le permite dejar de sentirse indignado por lo que pasó en aquella guerra.

Esa imagen la tiene usted porque la guerra terminó y los alemanes perdieron. Nada tiene que ver con la realidad, aunque quizás haya ocurrido (así o de cualquier otra forma).

Pocas personas de este siglo o del pasado tienen la paciencia para ir directamente a buscar un libro escrito por un investigador, con bases históricas y reales. Habiendo tantos recursos visuales, económicos en términos temporales y entretenidísimos para asirse de una idea…uno no es tarugo.

A eso me refería. Entiendo los ojos llenos de lástima de mi primo. Entiendo que el solipsismo facilón enfade a cualquiera que se haya puesto a trabajar 20 o 30 años para hacerle ver a la gente (en el caso de mi primo, los lectores de la sección internacional) que allá afuera están ocurriendo cosas que modifican el curso de la humanidad cada vez.

Lo que pasa es que la gente debería discutir conmigo por carta o por mail. A veces necesito escribir para acabar de pensar.

Como dije, más Zombies por favor. That time of the season

Empieza febrero, creo.

Como siempre, son las historias de fallos, de cosas incompletas, de muertes prematuras las que más me gustan.

Hace unos ocho años me volví fan irredenta del Odessey and Oracle de The Zombies. No hace falta más que güikipediarlos para entender por qué las rolas de este disco son tan bien acunadas por el zeitgeist del siglo XXI: la historia del grupo terminó antes de empezar.

En 2008, el vocalista Colin Blunstone declaró a un periódico de Los Ángeles algo con lo que todos (hijos del esquizoide Twitter, el aburrido Facebook, los diarios electrónicos, el pinche y carísimo Kindle, los dueños de las sentencias …como yo, como yo… sentencias de “todo terminó”) nos podemos relacionar:

“The band did finish before the album was even released. That does seem a bit premature. Maybe we should have waited a bit longer“.

Ahora ya no importa si Colin y sus cuates pudieron hacer otro gran disco, lo que importa justamente es que no lo hicieron. Cuando alguien tiene esa mala pata de producir algo muy bueno y muy joven, se vuelve Salingeriano. (Pérense, no hablo de Salinger el escritor quien seguramente siguió escribiendo hasta los 90 años aunque sin publicar; en realidad hablo de Holden Caulfield y su andar por Nueva York, su odiar el cine y su prefigurado futuro como uno de esos phonies a los que tanto odia).

Y funny you should mention Salinger, también se vuelve Lorquiano, Rimbaudiano, Rulfiano, prodigioso-adolescentiano, gente que no le deja olvidar a la humanidad lo explosiva que puede ser un alma joven. Ser joven es ser hermoso y estúpido y en esa estupidez hay una fuente de poder creativo, tan sensible que a veces resulta doloroso.

El otro día pensé en una nueva división del mundo: aquellos que pudieron disfrutar The Catcher in the Rye en la adolescencia (parientes de los que tuvimos el privilegio de leer Las aventuras de Tom Sawyer cuando éramos niños) y aquellos que debieron degustarlo como un plato delicioso-pero frío en sus primeros años de adultez.

Lo siento, pero hay libros y música y cuadros y expresiones políticas que uno tiene que vivir en la adolescencia. Lo demás es melancolía de la fea.

Es un lástima, por ejemplo, que la película Dear Wendy (de 2005, dirigida por Thomas Vinterberg y escrita por Lars Von Trier, que se vuelve un “visualtrack” para el hermoso soundtrack de The Zombies) me haya llegado tan tarde en la vida.

De haber visto esa película a los 15 años, hoy tendría una hermosa colección de pistolas junto a mis libros y quizás ya habría usado alguna.

***

Salinger, sé que moriste hace poco, pero yo desde que estabas vivo te extrañaba. Tu muerte sólo sirvió para recordarlo.

UPDATES: Aquí un lindo texto de mi escritor favorito de la década Mr. Dave Eggers, sobre nuestro Bartleby favorito, Mr. Jerome David Salinger.

Ah…compartir referentes. El consuelo.

Sasha Baron Cohen en Milenio

Un fragmento de mi artículo para Milenio Semanal:

“Con cada nuevo personaje, Sacha Baron Cohen parece recordarnos que no es suficiente proferir lamentos políticamente correctos contra la rigidez y el fascismo disfrazados de buenas conciencias: hay que sacar ámpula hasta en el trasero de nuestra propia madre, si es preciso. Y sí, lo vamos a odiar: todos tendremos un buen motivo para hacerlo después de ver Brüno, película donde interpreta a un presentador de TV austríaco, gay y con una fijación fálica que levantaría la ceja del mismísimo Sigmund. Allí están las amenazas de muerte lanzadas por el grupo terrorista palestino de los Mártires de Al-Aqsa cuando en el filme su personaje le dice a uno de sus líderes, Ayman Abu Aita: “Quiero ser famoso. Quiero que me secuestren los mejores. Al-Qaeda es tan 2001”.

Es así como Baron Cohen obtiene lo que quiere de nosotros, pues prefiere orillarnos al horror que dejarnos sudar el asiento de pura indiferencia: “Cuando estaba en la universidad —Cohen tiene una licenciatura en Historia por la universidad de Cambridge, nada menos; su tesis habla de la participación judía en la Guerra Civil estadunidense— recuerdo que el profesor Ian Kershaw, experto historiador del Tercer Reich, nos dijo: “El camino hacia Auschwitz estaba pavimentado de indiferencia…”. Creo que es una idea interesante el que no todos en Alemania fueran antisemitas radicales; sólo tuvieron que mostrarse apáticos y ya”, le dijo a la revista Rolling Stone en 2006, en una de las pocas entrevistas que Cohen ha dado sin estar caracterizado como alguno de sus personajes.”

Minha irmâ

No lo digo seguido porque pos como para qué, pero estoy muy orgullosa de mi hermana.

Es restauradora y encargada de obra en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. La verdad no sé por qué no voy a verla más seguido, pues el Colegio, así nomás pelón me parece bellísimo. Me encanta ir porque además me siento como la hija del embajador: los de seguridad me ven llegar, con sus trajes negros luidos y sus corbatas de Looney Tunes y me dicen “¿tú eres la hermana de Ilya, verdad? Pásale, pásale por favor, orita encontramos a tu hermana que anda en las salas” y entonces me cuelo a deshoras y visito los pasillos con la luz apagada y las escaleras desmontables, con los cuadros a medio poner, antes que ningún turista o niño de secundaria.

Se nota que mi hermana es muy querida, sobre todo por esos de seguridad, que a veces la tratan como “a uno de los muchachos” aunque también he visto cómo se le cuadran. (Es cabrona mi hermana…supongo que con esa madre no se puede ser de otra manera, entre todos sus hijos, ‘el más chimuelo -o sea yo- masca rieles’, como dicen por ahí).

Lo que quería decir es que de los ¿5? años que lleva mi hermana trabajando allí, esta es, por mucho, la exposición más interesante que he visto. Se llama “Cicatrices de la Fe. El Arte de Las Misiones de la Nueva España 1600 a 1821″, y como me sé la historia detrás de la exposición, me parece un logro extraordinario. (Acá pueden ver la nota de periódico).

Se trata de veinte años de investigación de la Dra. Clara Bargellini quien fue recuperando piezas de arte misionero por el norte del país. Piezas que en la mayoría de los casos tuvieron que sacar de capillitas arruinadas o en contra de la voluntad “del pueblo”, es decir del sacerdote cuadradote del pueblo, quien, a veces, también tenía objetos del siglo XVII  ‘privados’, en la sala de su casa.

“No, pero cóooomo se va usté a llevar a mi San Francisquito, ¿y luego, si no nos lo regresan? ¿Y si noslorompe oiga?”.

En fin. Hay algunas piezas extraordinarias. No se pierdan el Cristo de marfil, labrado de un solo colmillo, sobre un cruz estupenda de madera tallada; ni las representaciones de la martirización de Cristo y el cuadro circa 1700 sobre el Juicio Final, francamente gore y  divertidísimo.  Este fin de semana me lanzaré otra vez a darle una revisada a los tomos de catecismo de 1800 traducidos a lengua indígena y a las túnicas sacerdotales bordadas con hilo de oro. Soy fans.

Casi a la entrada de la expo, pasen a verle los ojitos verdes a San Francisco de Asis, restaurado por la mano (santa) de mi hermana quien con este trabajo además realizó su ‘manda’ personal, pues nació justo un cuatro de octubre, día de SanPancho. Si le pueden ver esos ojitos italio-franceses es porque mi hermana se los limpió. Le quedó re bonito mano.

(Otra lectura de la expo la hice sobre el propósito del viaje. ¿No eran aquellos misioneros cristianos grandes viajeros? Los conocedores sin tregua del verdadero choque de culturas…pero de eso hablaré otro día).

La onda es que sinceramente ya y sin echar chayotazos a lo menso, si esta exposición salió así (sin obviar la extraordinaria investigación de la Dra. Bargellini) , tiene que ver con que mi hermana no durmió bien un mes. Le chingó como nunca la había visto y valió la pena.

Guilty blog

Hoy le cambié a una estación de radio de canciones viejas y canté con la garganta desgarrada y feliz de puritito placer culpable.

Pensé ‘guey, a ver cómo explicas esta rola  en tu blog’. Luego pensé, ¿y yo por qué madres tengo que andar dando explicaciones de qué canción pop  horrenda me sé de memoria? Estoy segura, vamos, que lo firmo en sangre, que todo el mundo tiene secretos inconfesables (canciones, amores, gustos, pasiones, dolores). (Sí, sí, sus santas mujeres y sus santas madres también).

Si pensara diferente no podría escribir. Eso es lo que pasa con la gente que dice que no puede y me pregunta cómo se escribe ficción. Creen que todo el trabajo lo hace una imaginación como de súper-Julio Verne. Así pasa con las malas novelas, los malos cuentos, las malas películas: trama, trama, trama… ningún secreto. No lo sabemos, pero todos intuimos que un gran personaje se relaciona con nosotros a partir de lo que para él es inconfesable y que para nosotros, desde fuera, es tan obvio.

Al final pensé que, con no sé cuantas (es un secreto) visitas diarias a este blog, debe haber mucha gente –conocidos, desconocidos, odiados, indiferentes– que sienten una curiosidad malsana por visitarlo. Casi que no quieren…dicen, ‘ay otra vez esta mensa clavada en los cómics o que extraña a no sé quién o en cómo siente cuando ve películas, ¡que la maten!’. Y luego, pum, teclean la dirección. Nomás hoy, nomás para ver qué tarugada dijo hoy.

No me explico el número de visitantes de otra forma. Hasta debe haber gente que asegura públicamente pasar de los blogs narcisos y demasiado personales, gente muy seria, muy ocupada, que se escapa aquí porque cree estar leyendo la última fotonovela de autoficción, esa metaself-fiction que ocurre en los blogs, que tanta y tanta gente quiere tomarse por real.

Takes a real blogger to know that not everything true is real.

Bueno, lo que quería decir es que aquellos que tienen al Taza como guilty pleasure: shame on you…pero welcome.

Aquí sus secretos están bien guardados.

Bad movies

Sigo con el rotten mood.

A veces es momento de recurrir a lo estúpido.

Confieso mi debilidad por el idiota de Jim Carrey. Es una máscara de látex con un cuerpo demasiado largo, –un cuerpecito que um, me gusta–. Pero detrás de la máscara creo que hay una tristeza como la de Andy Kaufmann o la de Pagliacci. Amo sus ojos de niño con frío fuera de la regadera esperando que la mamá lo cubra con la toalla.

La película de ayer, The Yes Man, es totalmente boba, pero tiene una premisa (de libro de autoayuda) que no es más que una banalización de algo importante.

Estar de mamón en tu casa pensando y diciendo que  ‘no’ a todo, sólo puede resultar en una implosión improductiva.

Dile que sí a las cosas chingado. Dile que sí a la tristeza si te da la gana, pero tírate bien al piso, no te quedes sentadito fumando y looking good while you’re at it.

O dile que sí a la bicicleta o al estudio de los insectos o a tu vanidad, o al lamebotismo, pero hazlo bien, que todo el mundo diga: ‘no mames, ese sí es un lamebotas y no mamadas’.

(Es obvio, por otro lado, que  los gringos, esos amputados de la espontaneidad, necesitan, les urge este tipo de películas).

Nosotros no, nosotros somos estúpidamente espontáneos, todo lo decidimos hoy y mientras más hoy mejor.

Rotten rotten mood, como podrán ver.

***

No he hablado aún de la magnífica novela de Yépez “Al otro lado”. Es un libro importante, hay que leerlo. No importa que esté un poco mal escrito, a quién le importa si Yépez ha internalizado o no a Ortega y Gasset, a quién le importa si construye frases bellas o no, mientras pueda decir cosas como esta:

“En esos momentos parecía haber olvidado para qué había venido aquí y lo único que deseaba era que esa mujer hubiese aceptado coger. No podía dejar de mirarla. Y es que coger era romper. Romper con toda usual conexión, en que un acto sigue a otro, en ilación clara, lógica, a la mierda con todo eso, coger era hacer, irrumpir toda una nueva serie de causas y efectos, como el phoco, chingado, como el sol, como Cholo, y Tiburón ya estaba otra vez fuera de control, porque todas esas calles a pesar de ser calles de Ciudad de Paso, una ciudad bufonesca, prostibular, esperpéntica, seguían siendo calles demasiado serias, morales, policíacas, ¿por qué el mundo no podía ser como él? ¿Por qué esa mujer, sencillamente, sin antecendentes o consecuencias, no aceptaba coger con él? ¿Por qué? Un hombre caliente como él, sobándose la verga en pleno centro, cargado con phoco para coger de aquí hasta el Juicio Final y nadie, sin embargo, parecía excitarse, nadie, contento…Necesitaba una rayita, paladeó. Tenía ganas de gritar.”

Merecedora

9 de la mañana.

Pienso en la palabra merecedora. Leo una reseña de los Diarios, de John Cheever. Una de las casas de las que me aprenderé cada rincón ahora en mi maestría. (Una maestría que mientras más hablo de ella, más castillo, más ficción, más metamaestría se me vuelve).

Dice “obra merecedora del Premio Pulitzer”.

Merecedora.

Yo estoy por vestirme (desayuné bien, lo que uno debe desayunar pensando en que me espera un día como a quien lo espera atrapar un salmón en un río helado) no sé qué ponerme: ¿me visto para ver a un amigo, para ir a la escuela, para el frío, para la tarde, para tomar una siesta en la biblioteca, para hacer una entrevista, para escribir en el blog, para comer con una amiga, para andar cavilando sola por la calle, para ir a la puta delegación a levantar un acta de que me robaron la placa trasera del auto, para engañar al poli de que voy a la puta delegación a levantar un acta, para caminar filosóficamente por la calle y pensar en eso que dije de la fila india y tratar de salirme de ella?

Yo no sé si soy merecedora, pero a las 9 de la mañana, habiendo escrito desde las 6 y sin saber qué madres ponerme, ciertamente parece.

Lo creativo

Pasaba por la Biblioteca Central y quise releer libros de autores conocidos (por mí). En su lugar, un libro de portada mínima, letras negras sobre fondo blanco, nothing fancy, me tomó de la pierna y me dijo “si no me lees hoy, me pierdes para siempre”.

Entonces dejé el libro famoso y entré en este, sin tener idea ni remota de qué voz, en qué época o en qué corriente de pensamiento me iba a involcrar.

La primera parte de nuestra conversación fue placentera. El libro me habló de Jack Kerouac (al parecer el autor había sido su carnalito del alma) y dije, “quizá deba seguir platicando”… leí un par de páginas más hasta que me di cuenta de que esto ya no era un encuentro con un libro,  sino con un hombre. Estábamos en un bar y el tipo se me había acercado, tomándome del brazo y yo que regularmente no les doy más de un minuto a estos pelados, pensé que el encuentro terminaría muy pronto. Pero dijo algo interesante, ladeo la cabeza y me invitó otra cerveza. ¿Quiero otra cerveza con este libro, con este hombre?

El tipo estaba reconciliándose con la idea vieja esa de que toda escritura es autobiográfica. No fue realmente lo que dijo, sino cómo lo dijo que me llamó la atención:

“¿Por qué no hablar de uno mismo? Tarde o temprano uno tendrá que hacerlo. No hay inversiones seguras. Mira la sucia flotación del dólar –como una mente, una idea muerta, que se extingue.”

Sí. Sí quiero otra chela con este librhombre.

Entonces me dijo:

“Estoy cansado y quiero acabar de mascullar estas cosas. Pero me he propuesto algo y quiero cumplirlo. Es verdad. ¿Qué otra experiencia del “yo” es interesante, salvo la que pone de manifiesto su composición, las leyes de su imaginación y de su experiencia posible? Dime quién soy”.

Le dije que no sabía quién era. Ni él ni yo. Le dije que no sabía si quería saber. Le dije que yo tenía un blog que era a la vez mi autobiografía y el apócrifo relato de un personaje de mí misma.

“Amnesia. Pero la persona sigue comiendo, durmiendo, comienza de nuevo”.

Claramente, respondí.

Entonces me contó una anécdota:

“En la terapia de grupo, las investiduras de la experiencia del “yo” se abandonan, incluso son expulsadas por la fuerza. Richard Alpert recuerda su primera experiencia con LSD como una pérdida de todo apoyo del ego. La percepción de sí mismo como joven brillante psicólogo, profesor de Harvard, hijo exitoso, y mucho más, se derritió como hielo al sol. ¿Puede uno derretirse autobiográficamente? ¿Soportar, verdaderamente, no ser algún ausente sueño de gloria, justo lo que tu madre siempre quiso?

Aún seguimos bebiendo en mi cabeza, el librohombre y yo.

*Lo Creativo y otros ensayos, Robert Creeley, Colección Poesía y Poética, Universidad Iberoamericana / Artes de México. 1998.

Mis altares

Los antropólogos sabrán mejor que yo, pero tengo la teoría de que en toda casa hay un altarcito. Busquen busquen, en su cuarto, en la cocina, en el baño, en algún lado lo tienen puesto. Hay un libro medio volteado, la lámpara con la que leía alguien muy querido en un sitio más alto, ilógico; un postercito olvidado que nadie quita porque ya tiene un halo sagrado.

Es un nicho al que la vista regresa sin ir de veras, un sitio de confort con el que uno sabe que ya llegó a su casa. Su única función es estar allí, lo pusimos para recordarnos que no somos generación espontánea. De algún pinche lado hay que venir.

Yo tengo varios. Hay uno muy evidente en la sala, con la foto de mis papás y de mi hermana.

Ahora caí en cuenta de que en mi cuarto hay otro, de formación reciente:

Una noche de domingo luce así:

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Qué onda con mi combinación de action figures de Poe y Wilde, la creepy cabecita esa del marranito, el gato chiapaneco y la postal de la litografía de George Bellows. ¿A qué horas lo puse así?

La verdad, hasta yo pienso que está raro.