No hay cosa que salga de la nada

Es una perogrullada el título de este post, claro. Pero me refiero a esto: ustedes no pueden ponerse a hacer algo creativo si están secos. Y ésta es mi fuente, así que disculparán, con su permisito, tengo que contarles algo para humedecerme. 

UNO: 

Me dicen que los Testigos de Jehová creen que el alma ES el cuerpo. Es decir, se deslindan del misterio de la inmortalidad del espíritu y prefieren pensar que aquí acaba todo.

(La verdad no me interesa si eso es exactamente lo que pasa dentro de esta religión; dejaré para otra vida mi maestría en Teología y si, como dicen los Testigos, esto es lo que hay, dejaré para nunca este precioso saber).  

Lo que me interesa es esto: el verbo. El lenguaje, la palabra. La imaginación que está pegada a ella, pues aunque ustedes juren que sueñan en imágenes, para construirlas tuvieron que utilizar primero las palabras. Aquello que no se nombra no está, como esas 23 o sepan cuántas palabras distintas para nombrar al verde que tienen las tribus del Amazonas. Su mundo es distinto al nuestro por esas 23 palabras, pues las palabras SON su mundo.

(Nosotros no vemos tantos verdes porque no tenemos nombre para ellos. Y los Pantones no asumen su responsabilidad y le asignan tristes numeritos, juar. Ya veo yo al CEO de Pantone con la carita iluminada pensando “nombremos al mundo, somos dioses, nombrémoslo”).

No soy católica ni nada. Pero estos Testigos me parecen tipos cortos. Malos lectores, básicamente. ¿Cómo es posible que piensen que el alma es carne? No mamen que su pensamiento se queda en Descartes. ¿Y Wittengstein apá? ¿Y Freud, amá? ¿Qué pasa con el verbo? ¿Qué pasa con EL otro? ¿Cómo es que se explican su pensamiento sin verbo, sin palabra? ¿Y cómo es que no entienden que la palabra está antes/durante/fuera/después que ellos?

¿Es la palabra el alma? No lo sé. Pero ciertamente no acaba en el cuerpo. NADA acaba en el cuerpo.

Si esto significa un mundo posterior al cuerpo, un mundo que viene después de que la frágil carne se hace cenizas, me sobrepasa.

Pero ahí hay algo, ¿no?

Decir “el cuerpo es el alma” es, por lo menos, miope. 

 

DOS: 

Hoy es un día especial, un aniversario número 25 de aquél día. 

El cuerpo se resiste a olvidarlo. 

Pero (siempre hay un pero): la palabra escrita ha hecho otra versión. ¿Me pueden creer que ahora recuerdo ambas versiones? Recuerdo la que creo real, esa de cuando estaba en el hospital y me dijeron que había muerto por fin (y cito) “que por fin había descansado”. Sé que abracé a una de mis hermanas. Sé que mi hermano no pudo más que gritar de rabia.  

Y está la otra versión, la de mi novela, la que me acompaña en una narrativa propia, en donde toco sus pies calientitos y le pregunto si se quedará o no, en donde soñamos juntas, yo desde el piso de la sala de espera y ella desde la cama de terapia intensiva. Soñamos a través de una canción: Neighborhood 1, Tunnels de The Arcade Fire, que no se iba a componer hasta 20 años más tarde, pero que en mi recuerdo rebota claramente en los muros de ese hospital. 

Ese es el verbo. La palabra. La memoria es verbo porque se conjuga en todos los tiempos posibles. Ya quisiéramos que fuera pretérito solamente. Es futura, es presente y se vale de palabras. 

Mientras más leo, más capaz soy de recordar, pero no por esa supuesta gimnasia mental que nadie ha podido comprobar que exista. Es porque regala palabras y las palabras regalan mundo y la memoria necesita muchos mundos para crecer. 

Entonces: los Testigos, pobres. 

Y yo también, porque hoy es ese día de hace 25 años y yo llevo cargando no una sino todas mis memorias disparadas y disparatadas de ese, un mismo día. 

TRES:

Ya nada. Gracias. Estoy completamente hidratada.