La Soul

Quiero mucho a una persona que no cree en el alma humana. No pasa nada, me parece que un acercamiento lógico a la existencia es tan válido como cualquier otro. Mis mejores amigos no creen en dios y a ninguno puedo venirle con la onda de que tenemos vidas paralelas o que reencarnaremos. Es aquí y ahora, son los químicos en el cerebro, las enfermedades preexistentes, la exposición a la educación, está allí, es el cuerpo, el ADN y esas cosas.

Pero yo, mano. Yo soy esa que nunca va a dejar de tener 8 años, esa edad en que le pregunté a mi mamá ¿oyes, cómo sabemos nosotros que no somos los personajes de un sueño, cómo sabemos que alguien no está soñándonos? Ella me hablaba de la realidad, con una certeza que todavía me da un poco de miedo.

Mi creencia en el ‘concepto álmico‘ tiene que ver con esto que se me pincheinflama en el esternón cuando leo algo hermoso o la garganta que se rellena de algo cuando oigo música. Al final, mi creencia es una manera de paliar la duda.

Las Vegas me hace pensar en el alma, cabrón. Esas mujeres gordísimas con una Corona en la mano y una permanente que les encrespa el pelo y la vida, solas, fumando, sentadas en una de estas máquinitas de engaño. Gente doliente y dolida en los casinos. Gente con esa horrible necesidad de creer en la fortuna. Pensando seguramente si somos un sueño de alguien más.

Esta ciudad es una dorada esta máquina al atardecer, una envoltura de chocolate, un espejismo. Como si en ‘la realidad’ esa de la que hablaba mi mamá, pudiéramos todos los flotantes de Las Vegas despertarnos caminando desnudos por el  Strip, vernos los  cuerpos reales, estilizados o no, rotos de las esquinas, despostillados de tanta vuelta.

Ayer fui al lugar donde filmaron el video de Do you realize? de los Flaming Lips.

Es así Las Vegas, para mí. Como esa canción. (lástima que no la puedo postear, sólo está en el sitio de MTV).

Un ojo

Dante acaba de abrir una cuenta de Flickr para mostrar sus fotos. Quizás yo no sea la más objetiva, pero realmente me gustan algunas. Parecen criaturas de cuentos o películas de ciencia ficción.

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Esta en particular, me recuerda al cuento The Troll Bridge, de Neil Gaiman del libro Angels & Visitations:

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Y quién sabe qué tiene este burrito meridano que nomás no puedo dejar de verlo:

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No hay lugar para esconderse

Serán las redes sociales, los espacios electrónicos, los chingados celulares, las direcciones electrónicas, los passwords, los códigos compartidos, el google earth, el omnipresente iphone que tuitea solito, sin que nadie le dicte, (dicen los que poseen uno), las asambleas en el tráfico donde todos expresamos a puñetazos en el volante lo que pensamos de la condición humana. Serán las chingadas arañas de Marte o un punto particular de mi vida, pero últimamente, cómo es cansado: nohaylugarparaesconderse.

Quiero irme a un sitio donde mis pensamientos sean privados, leer un libro que nadie conozca, descubrir algo ferchristsakes…algo nuevo que me ahogo.

Estar enfermo

Si no mal recuerdo es Sontag quien tiene sesudos ensayos sobre el cuerpo enfermo. Illness as a metaphor, creo que se llama.

No pretendo tanto, sólo quisiera apuntar que salir de un estado febril, de una crisis de asma en este caso, debe ser similar a recobrar la memoria después de una larga amnesia.

Ser capaz de poner en palabras lo que el cuerpo consumió como leña mientras rodaba en una cama.

Estado alterado, la enfermedad. No una condición alópata, aburrida, médica.

Se piensan cosas distintas, digo yo.

Hayao (o cómo le doy vueltas a un tema)

Los géneros narrativos son inherentes al relato: uno no puede ‘escoger’ el género de una historia a priori ni pretender escribir una tragedia o una pieza sin reconocer que el personaje principal ya tiene un conflicto y necesita ser contado de cierta manera. Los géneros vienen implícitos en la forma en que se nos ocurren las historias, incluso las más simples.

Las personas, como los pueblos, se cuentan a sí mismas sus propias historias. Por eso sería extraordinario que los periodistas y los políticos supieran de géneros literarios.  ¿Y si nos empezáramos a contar la historia en otro género, estaríamos tan jodidos?

Encuentro que los espacios noticiosos (mexicanos, sobre todo) casi siempre están en melodrama (el punto de vista de la víctima), desde los verbos que utilizan: “Le hizo” “Le infringió” “soporta” … Aquí hay varios ejemplos:

“Imposible evaluar a policías”.-melodrama (el protagonista, un tal secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública Tello Peón está encerrado en la mazmorra de un gran castillo, tiene las manos atadas y no hay nada que él pueda hacer).

“México ruega a laboratorios que adelanten vacunas”.- melodrama (el protagonista es un país también encerrado en la mazmorra, ay pobrecito, de veras, ruega, ruega, ruega porque cuando tuvo presupuesto, el Rapunzelito no invirtió en ciencia). Melodrama…que siga rogando pues hasta que llegue el príncipe de las farmacéuticas con su espadita y nos la meta donde nos quepa.

“Exigen más seguridad en Metro”.-melodrama… ésta en particular es un poquito más difícil de distinguir, pues “exigir” es un verbo que no remite a la sumisión, pero si lo analizamos bien, el discurso es el de unos niñitos enfadados, indignados (los ciudadanos) que sacan su corajito pateando una puerta que saben 1. nunca les abrirá 2. no sabrían qué hacer si les abrieran. Puro melodrama, pues.

***

Me encanta pensar en qué genero amanezco y en qué género están los países, las calles y las personas que me gustan. Tengo una debilidad por la gente que anda permanentemente en Pieza (se le llama pieza a la tragedia moderna, en la que el personaje principal se queda inmóvil, se petrifica ante la felicidad) quizás porque yo soy igual. Por un desatino admiro también a los héroes trágicos de a devis, esos seres feos que destruyen lo que aman.

A veces se me antoja vivir en una tragicomedia y que a mi alrededor haya más héroes positivos, gente que luche contra los monstruos marinos como Homero y regrese a contarme la historia.  A veces por supuesto, se me antoja más ser Homero.

No quiero sonar determinista pero así como el escritor no escoge en qué género se narra esa particular historia, creo que es complicadísimo  librarse de narrar la propia desde una cultura y una tradición, (¿una nacionalidad?); me temo que las historias que me cuento muchas veces están en melodrama. Las propias y las ajenas. Cuando trato de explicarme por qué pasan esas cosas, como la balacera del Metro o el sistema educativo en Guadalajara donde de plano ya les borraron los penes y las vaginas a las figuras anatómicas. Busco una respuesta y siempre está en pinche melodrama. “Así es. Ni modo. Pinche país. Exigimos otra cosa. Ríete de ello. Jo jo, ya viene la puta navidad, jo jo. Estamos de la chingada, pero vistes qué bonito iluminaron el Zócalo?”

***

En este ánimo semi-determinista por el que ya me mentarán la madre, queridos tazistas, me parece lógico que el imperio donde todo es posible, la tierra del sueño americano, allí donde “hasta cuando pierden ganan” tengan esa forma de narrar una historia en la que el protagonista aprende algo. El cine gringo que tanto disfrutamos está escrito en tragicomedia; está visto desde el héroe que recorre un camino real, espiritual o emocional para regresar fortalecido. Vamos, hasta las comedias románticas son así –el adolescente siempre acaba su rito iniciatorio cogido y feliz–.

Y toooooodo este chorizo porque yo quería hablar de Hayao Miyazaki y cómo se las arregla para alimentar el género de la tragicomedia en El Castillo Vagabundo. En efecto, se trata del recorrido emocional y físico de una adolescente enamorada, el fantasma de la guerra, la develación de los misterios finales de todos los personajes y su transformación a algo mejor; cualquier gringo puede hacer esto muy emocionante.

La clave está en cómo pinta Miyazaki a los enemigos. La bruja que le lanza el hechizo a la protagonista, Sophie, por ejemplo, termina siendo una especie de maestra involuntaria.

En la tragicomedia gringa clásica, los enemigos acaban destruyéndose ellos mismos por un vicio o por una falla estructural: muertos, finitos, jodidos, vilipendiados, asesinados aunque sea a nivel simbólico.

En El Castillo Vagabundo a la bruja le acaban dando de comer en la boca. Se le entienden sus cochinadas porque, vamos, ¿nadie esperaba de una bruja que fuera buena, o sí?

Aunque la lógica de este japonés es la del héroe ganador, siempre contempla los matices. Hay espacio en su ‘ganar’ para los demás, aunque no sean parte de la planilla heróica.

Ay Hayao Miyazaki, cómo se te va a extrañar en este mundo cuando faltes.

Violence

La palabra violencia es hermosa.

Contiene dos diptongos, una ‘ve’ suave y su última sílaba se desliza como un cuchillo hacia el que la pronuncia. VIOLENCIA.

Yo tengo asma… ¡si sabré yo lo que es violentarse!

Sostengo el aire hacia mí, en contra de mi voluntad, con lujo de tortura. Es como hacerse el tehuacanazo solito.

Es duro reconocerlo, pero así es.

Así que tuve un momento estos días en que por violencia no podía terminar ningún escrito. Tuiteaba, me hacía tonta allá en el Facebook, donde sólo unos cuantos son capaces de decir algo.

Ruido blanco somos y en ruido blanco nos convertiremos, diría yo, en lugar del bíblico polvo.

Mi ruido blanco, cuando sólo puedo hacer blalalalalablalaabla se torna, además, en mi contra. Se me hace asma.

Hoy encontré que a Nick Cave también:

“Todo lo que escribo está visto tras un prisma de violencia” dice Cave, serio. “Incluso si hago una canción sobre una pareja en una pradera llena de flores, está visto desde la perspectiva de una consciente ausencia de violencia. Somos criaturas violentas. Siempre ha sido así y siempre lo será. No estamos nunca lejos de la agresión”.

Toda proporción guardada, debo decir que esa declaración me hace sentir un poco mejor.

Voy entendiendo que nada que vale la pena de leerse o escucharse si viene sin mácula. Viene todo manchado del chapopote rojo oscuro que traigo de fábrica en lugar de aceite o sangre.

***

Escribí un cuento con el tema de la ofensa y una vez terminado recordé todo lo que había soñado escribir sobre el tema: “Hablaré de los contrarios, de la ofensa que comunica con el perdón, hablaré del Ramadán (el mes del ayuno musulmán que también es el mes para ser generoso, entre otras formas, perdonando); seré más lista que yo misma y entenderé la ofensa como un asunto de espejuelos, de puntos de vista, de dolores varios”.

Pero no lo logré.  Uno nomás escribe, como dice Nick Cave, de eso que sabe hacer muy bien.

I’m sorry.

***

Hablando de Nick Cave y ya que hoy está hablando por mí, que cante también el muy cabronete:

I look at you and you look at me and
deep in our hearts know it
That you weren’t much of a muse,
but then I weren’t much of a poet

Vivo para ti, cuaderno

En los muchos años, no me acuerdo cuántos, de este blog, nunca había estado tan absolutamente segura de que la cordura de mis escritos comerciales, por llamarles de alguna forma, depende por completo de lo que pueda decir aquí.

Lo que escribo es lo que leo, pero también es lo otro que escribo.

Ayer, por ejemplo escribí cosas del Twitter para una revista de viaje que me pidió algo para lectores ‘promedio’ (según yo esto no puede decirse NUNCA de la gente, pero es una certeza falsa con la que duermen tranquilas las revistas). Al cabo de un rato me di cuenta de que el artículo me gustaba y si me gustaba era porque, según yo, se leía como post.

Mientras lo escribía, parecía que estaba blogueando. Una sección distinta de mi cerebro se prende cuando escribo aquí y empiezo a intuir que es la parte que me salva de mí misma, de mi idiotez, de mi cerrazón natural.

***

Aquí algunos fragmentos de ese artículo:

“¿Alguien se acuerda cómo hacíamos amigos antes de que existiera Facebook o Twitter? Hagan memoria: solíamos ir a bares,  paseábamos al perro, hablábamos por teléfono, nos inscribíamos en cursos, sonreíamos por la calle, abordábamos a gente en el Metro o en el asiento contiguo del avión. Los más sofisticados hasta respondíamos cadenas de mails durante la prehistoria de las redes electrónicas, es decir, hace unos cinco o seis años.  “Ja, el mail es taaan 2001”, diría un twittero…”

…el potencial que tienen para reconocer y almacenar todos y cada uno de nuestros gustos, opiniones y patrones de conducta, que más tarde podrían ser utilizados (y ya se hace, aunque de forma ilegal) como bases de datos legibles por computadoras diseñadas para interpretación y la predicción por referencia cruzada; sistemas de mercadotecnia de nueva generación que usarían todo lo que saben de ti para ofrecerte exactamente lo que ‘aún no sabes’ que quieres comprar. Si ellos saben que me gustan los cómics y que este mes estoy eufórica o que estoy por el contrario muy triste, acabo de tronar con mi novio, por ejemplo ¿qué los detendría, en un maquiavélico futuro de marketing personalizado ofrecerme, qué sé yo, chocolates o un servicio de apoyo psicológico o simple pornografía a mi medida? Las  implicaciones de ser una persona ‘semi-pública’ (a través de un blog o un microblog o mi status del Facebook) que señala todos los días y a cada minuto lo que quiero, lo que me gusta y cómo pienso, podría también poner en riesgo la esencia de la red como la conocemos: la circulación libre de datos e información. ¿Qué detiene a los gobiernos o a los poderes fácticos de analizar mi información y venderme propaganda política o de plano censurar mis opiniones? (Como ya lo hace la cuenta de Facebook de la Presidencia de Felipe Calderón, por cierto, como lo documentó el mes de agosto la revista Proceso). De alguna forma, es como si la misma red estuviera escribiendo su propio epitafio, en 140 palabras a la vez

…las redes también modificaron ya las costumbres de etiqueta social. En estos momentos, cualquier persona interesada en saber más de otra puede empezar por hacer una búsqueda en Google con su nombre y ver en cuántas cosas está implicado. A lo mejor tiene un blog (taaan 2001) o una cuenta de Facebook donde además sube fotografías, su estatus marital y se puede conocer a su red de amigos. Todas esas cosas tomaban años antes, pero ya no es así. ¿Quién puede prever lo que le hará esta dinámica a las relaciones interpersonales? Se  ha dicho de estas redes “son parte de aquello que no sabíamos que necesitábamos hasta que lo tuvimos en las manos”, como el celular, el procesador de texto, la lavadora y mucho antes la electricidad, la imprenta o el papel de baño.”

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Es extraño tratar de ‘bajarle de watts’ a un tema y una discusión que en plataformas electrónicas ya se encuentra a años luz de distancia. No sé si llamarle triste, pero encuentro que es así: los medios impresos siguen en el siglo XX, adiós, se quedaron allá, su discurso (¿quizás forma es fondo, después de todo?) está en un idioma viejo.

Acá pueden ver de lo que hablo.  (vía, ya saben quién, claro).

Mientras tanto, y hasta que sean los medios electrónicos me den de comer, seguiré padeciendo esta esquizofrenia.