La Pizarnik

Me resistí todo lo que pude a la obra de la argentina Alejandra Pizarnik, como me resisto a todo lo que tiende a gustarme demasiado. Para mí es un problema porque una vez que algo me gusta una parte de mí enloquece, se zambulle y casi nunca la recupero.

En Textos de sombra y otros poemas escribe:

“Las palabras

no hacen el amor

hacen la ausencia

si digo agua ¿beberé?

si digo pan ¿comeré?”

Y cuas, ahora ya no puedo vivir sin ella.

No sé a quién le hablaba Alejandra, no sé nada de su biografía más que no pudo más con sus ideas/dolor (o con sus ideas sobre el dolor) y terminó suicidándose. Escribió estos textos un año antes de que yo naciera.

“Y yo sola con mis voces, y tú tanto estás del otro lado que te confundo conmigo.”

No sé a quién extrañaba tanto. ¿A su madre? ¿A un amante? ¿A quién le hablaba tanto en su cabeza que se perdía en ella?

Creo que todos tenemos alguien a quien reclamarle la ausencia, un desquiciado referente que usamos como medida de todo.

En un sitio donde citan sus frases se lee:

“Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exasperada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino, etc. Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias.”

Esta es mi desgracia, Alejandra, leerte. Una de ellas, en todo caso. Y esto es lo que hago con mi desgracia: escribo un pequeño blog.

También se lee una extraña frase post-freudiana:

“Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcisar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.”

Yo no creo que la poesía cure, la suya menos que ninguna. Pero por lo menos no deja morir.